Próspera sociedad entumecida
PRÓSPERA SOCIEDAD ENTUMECIDA
Un hombre de edad indefinida y ropa ajada estaba sentado en un banco de la calle, con su delgado cuerpo visiblemente encogido y los brazos cruzados, manteniendo una mirada triste y un silencio absoluto. A sus pies había un plato metálico con unas pocas monedas y delante un pequeño cartón con un conciso comunicado. No tengo trabajo. Tengo hambre.
El ambiente de aquella calle era agresivo, frío, con un tráfico ruidoso y las gentes que pasaban por delante, apenas le dirigían una mirada, pero aceleraban un poco más el paso, quien sabe si por vergüenza, orgullo o culpabilidad, aunque, unos pocos pasos después, alguna que otra persona se acercaba a acariciar a un perro que estaba algo nervioso a la puerta de un establecimiento, muy posiblemente esperando a su dueño.
Un ciudadano bien trajeado de edad madura, salió de un pequeño comercio de comida rápida, llevando un pequeño bocadillo en una mano y hablando con el móvil con la otra y después de echar una mirada al entorno, se dirigió decididamente hacia el banco en donde estaba el silencioso indigente y sin parecer darse cuenta de su presencia, se sentó precipitadamente en el otro extremo, mientras entre ligeros mordiscos conversaba con su interlocutor, empleando agresivas palabras y rematando su violento diálogo vociferando: y si no me das esa comisión, te vas a acordar de mí toda tu vida, cuando divulgue a los cuatro vientos de dónde vienen esos contratos, !cabrón ¡.
Aquel individuo, apagó el móvil, se puso bruscamente en pie arrojando airadamente el resto del panecillo a una papelera y miró con cierta agresividad a aquel inoportuno prójimo que pudo oír tosa su conversación, aunque permaneció inmutable.
Todo lo que había ocurrido en aquellos pocos minutos, no era un hecho que se pudiera considerar como infrecuente ni tampoco calificarlo como ilegal, aunque humanamente, podría tener una calificación bastante fuerte. Las ciudades grandes se mecanizan y se modernizan, pero se también se deshumanizan. Todos los días vemos sucesos y situaciones que pasan casi continuamente sin que ya casi les prestemos la debida atención, sin que tengamos una reacción concreta, ni lleguemos a analizar un poco nuestra propia responsabilidad, intervención, despreocupación o culpa, hasta por considerarnos incapacitados para nuestra intervención.
CARLOS RODRÍGUEZ-NAVIA
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