Evocaciones







Riberas, casas del campo. Carlos Rodriguez-Navia









Creo que fue entre los años 50-60, cuando Riberas llegó a tener una población que pasaba de los 800 habitantes y había cinco o seis bares y chigres de mayor o menor tamaño y clientela, distribuidos por toda la parroquia, pero es indudable que los que marcaron y tuvieron más historia fueron El Paraíso, en la Pontona y El Parador, prácticamente a la entrada del pueblo. En uno y otro, se podía tomar vino, sidra, refrescos, licores y alguna ración o tapína, comer en serio y hasta dormir una noche, pero cada uno tenía su propia orientación, y entre su clientela siempre había quien alternaba, según estuviera el ambiente, y otros que eran incondicionales de alguno concreto.
En el Bar El Paraíso, algo más amplio y tranquilo, estaba la simpática y activa Maruja en la cocina o atendiendo la barra con Luis que, unos ratos se dedicaba a cultivar el huerto, cuidar las pitas y conejos y a mantener un pequeño estanque con truchas, como igualmente preparaba los cafés, bocadillos y la bebida que la mayoría de los venes consumían, generalmente cerveza o vino tinto con gaseosa Rotella y en otro caso, aunque aún no se había puesto de moda el cubata, él era un especialista en mezclar bebidas algo más fuertes.
De vez en cuando llegaban a organizar bailes en una pista de cemento, con banderinas de papel, poca luz y un fuerte altavoz reproduciendo la música de un pic. Casi todo se bailaba como el pasodoble, subiendo y bajando mucho los brazos y como no había una gran variación de discos, se alternaban las canciones de Antonio Machín, Paula Anka, Jorge Sepúlveda, con Pérez Prado, siendo más preferidos los fox lentos, que podía dar lugar a un poco más de arrimadera. Las canciones Dos Cruces, El chá chá chá del tren, El bayón de Ana o Mi jaca eran las elegidas y el final de fiesta, lo solía marcar la Conga de Jalisco, agarrando al danzante delantero por la cintura, desplazando las piernas a un lado y otro y culebreando por la pista.






El bar del Parador, conocido como el de Pepe-Marina, estaba junto a la parada de los autobuses de nea y tenía la merecida fama de las especialidades de Marina, como eran las frescas truchas, bien adobadas y mejor fritas y en invierno las angulas pescadas por Pepe, que siempre estaba en la barra charlando poniendo cafés y su cuñado Marino abriendo botellas y sirviendo copas. Allí no solían entra muchas mujeres.
Detrás de la barra tenían una sencilla anaquelería de madera, con botellas de vermut, coñac, ginebra y otros licores y en la pared una gran foto de Pepe con sombrero, caña y una enorme trucha y también estaban las obligadas fotografías de Franco y José Antonio llenas de cagadas de moscas, así como un curioso y nada respetado cartel que decía La Ley prohíbe la blasfemia; En un una repisa especial estaba la radio, con la que se escuchaba algo de música y “el parte”, siempre con el comentario socarrón de Marino, que por las noches y echando frecuentes miradas a la puerta por si había moros en la costa, se ponía muy arrimado al aparato intentando sintonizar Radio Pirineos, entre los pitidos, chisporroteos, señales de morse y la constante interferencia oficial.
A diario y por las manas, entraba más bien gente de paso, algún vecino que tomaba una copina de coñac, un café o un vaso de vino con una tapina que había preparado Marina, pero por la tarde y sobre todo los sábados, camioneros, carboneros del río, leñadores y hombres del campo, algunos de conocido talante de izquierdas, aguantaban hasta altas horas de la noche bebiendo vaso tras vaso del recio vino de León, jugando al tute subastado, a la garrafina o al dominó con el chasquido de las fichas sobre el mármol, con sus juramentos y tacos y un denso olor a sudor y mucho humo de Farías y tabaco negro, Algunas veces en un rincón , un vecino solitario, con los ojos vidriosos, el cuerpo derrengao y un vaso de vino en la mano, canturreaba una antigua asturianada.
Pero para gran parte de los riberos, el mayor atractivo era la bolera que había afuera, paralela a la carretera y casi enfrente de nuestra casa. Allí se medía la fuerza y la habilidad para lanzar bien aquellas grandes bolas de madera sobre la tabla del rodao, seguir bien derecha hasta la solera de piedra algo inclinada, con los cabones sujetos con barro y que, según cayeran más o menos lejos o soltaran la valla, tenían un valor que era cantado por el montador, siempre con la protesta del jugador o de algún espectador, que con las manos en los bolsillos, asistía a los largo del rodao de espaldas a la carretera.






Me parece recordar que fue a principios de los años 60, más o menos, cuando se dejó de jugar a los bolos en aquella bolera. Los sucesivos trabajos de modernización y ensanche, fueron elevando el nivel de la carretera, estrechando forzosamente las aceras y arrinconando al rodao, al tiempo que cortaron nuestra preciosa magnolia, alegando que tenía un gran volumen volando sobre la carretera y que caían muchas hojas sobre ella.
Desde entonces, para nosotros la casa perdió personalidad, ya que ese árbol, con su gran tamaño, la forma redonda y sus grandes y aromáticas flores era un referente para orientarse, y además por las noches, con un poco de aire que hubiera, el rumor de sus hojas le daba un toque de misterio y los miles de pájaros que anidaban o se posaban en él, con su piar, anunciaban alegremente la mañana.
Aquel negocio cambió de dueño al morirse Pepe. Marina y sus hijos fueron a vivir a Avilés y después de haberlo llevado Jesús el gallego durante unos cuantos años, cuando se jubiló, la casa se quedó vacía y abandonada y en poco tiempo pasó al estado de ruina, sin que nadie reclamara su propiedad, puesto que los auténticos propietarios que recibían la renta anual, residían en Cuba y ya hacía muchos que no se tenía noticia alguna de ellos.
En el presente siglo, un camión que pasaba por allí mismo, perdió la carga de unos grandes troncos de madera y la derribó por completo, como si fuera una protesta de camioneros y madereros por el abandono del lugar de encuentros.
A medida que iba pasando el tiempo, también en los ambientes rurales fue subiendo el nivel adquisitivo y aunque quizás a otra escala, la armonía de su vida asimismo se benefició bastante, de la misma manera que las distracciones, los hábitos, costumbres y medios de esparcimiento, junto al mayor bienestar en las viviendas, con la calefacción, la televisión y el automóvil, hicieron concentrarse más las relaciones familiares y reduciendo la asistencia a bares y chigres.
Actualmente, el único bar que aún sigue es el Paraíso, bien situado en la carretera, con un gran aparcamiento en medio de la entrada y salida del pueblo, conservando la fama de tener una buena cocina y una bien atendida barra.



CARLOS RODRÍGUEZ-NAVIA MARTÍNEZ.

OCT. 2003




Comentarios

  1. Mar Sampedro5/22/2019

    Precioso relato, muchas gracias por compartirlo

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