2021. Otra experiencia hospitalaria

 

IV





En la televisión continuaban los personajes que se movían en habitaciones de colores muy vivos y hablando muy alto y mi compañero resoplaba fuertemente desde el otro lado de la cortina, pero el burbujeo del oxígeno que entraba a toda presión por mi mascarilla, me hicieron caer de nuevo en un profundo sueño, hasta que un impreciso tiempo después, una sanitaria me zarandeó ligeramente, soltó un ¡Oh!, llamó a una compañera y después de hacer un breve comentario, redujo el flujo de oxígeno.


Al día siguiente, cuando comenté este caso con un joven MIR, me dijo que muy posiblemente hubiera tenido una alucinación autoscópica, como consecuencia de una reacción entre un exceso de oxígeno y alguna de las medicinas que me estaban administrando para el tratamiento de la neumonía. Después y en plan de broma, me aseguró que aparte de no ser nada grave, es una situación durante la cual el paciente la siente con una total normalidad y que incluso puede llegar a ser voluptuosamente divertida.


Aunque estábamos conversando en voz bastante baja, parece que mi compañero se había despertado y se levantó, apagando al fin el televisor, dio los buenos días y se metió en el aseo. Al salir, se acercó comentando que estaba interesado en el suceso, ya que recordaba que, en algún momento de la noche le había parecido oírme hablar con alguien. Una vez que le resumí un poco el supuesto dialogo o visión, me comentó con cara de guasa, que cuando estuvo en Afganistán, muchas noches también tenía alucinaciones, pero que estaba seguro de que habían sido por un exceso de hachís. Después y ya con bastante seriedad, confesó que una vez se asustó mucho cuando una noche que estaba de guardia el solo en pleno desierto de Registán, jura que vio unas pequeñas llamas fosforescentes saliendo de entre las dunas de arena y que desaparecían después.



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Muy atemorizado lo comunicó por radio al campamento, casi sin atreverse a volver a mirar, hasta que al poco rato vinieron dos compañeros, que también vieron el fenómeno y uno de ellos dijo, cubridme, y con el arma en la mano se fue acercando agachado haciendo eses, hasta que desapareció detrás de una duna. Casi al momento regresó tranquilamente, informando que esa especie de flamas, eran lo que en su pueblo llamaban fuegos fatuos, simples flujos de metano, procedentes de un cúmulo de cadáveres en descomposición, posiblemente de los centenares de civiles fusilados por los taliban y que habían abandonado para que se los comieran los buitres.

Esa tarde y noche, transcurrió con la misma monótona realidad; hablé varias veces con los de casa y leí bastante mas tiempo mientras Víctor estuvo viendo la televisión, aunque esta vez tenía el volumen menos agresivo. Consumí algo mas de alimento y por la noche, dormí sin tener alucinaciones y sin despertar mas que una sola vez, quizás debido a que habían regulado mas cuerdamente mi oxigenación.


Al día siguiente también me desperté cuando vinieron a hacerme una nueva toma de sangre, tensión, temperatura, etc. y la ya muy conocida y atenta enfermera comentó en voz baja, que había oído que todo iba muy bien y que seguramente pronto me darían el alta. Transcurrió la mañana estando bastante tiempo leyendo en el sillón y charlando algo con Victor, que estuvo hablando mucho por teléfono, supuestamente con su madre.


Pasadas las doce del mediodía, apareció otra enfermera que me quitó la vía, puso un esparadrapo con algodón sobre el hematoma, cerró el oxigeno y sonrió al marcharse, deseandome una buena recuperación. Casi al momento apareció el médico de costumbre con unos papeles en la mano. Se sentó a mi lado, me echó un vistazo y me comunicó que la última analitica, habia confirmado que estaba superada la neumonía y que, aunque tendría que seguir con la medicación al menos durante una semana, me daban el alta y ya podía irme a casa, pero si lo prefería, podía quedarme a comer, reposar un poco y marcharme tranquilamente después. Se despidió deseándome una buena recuperación y recomendándome que prestara mucha atención a cualquier tipo de anomalía. Agradecí su labor y el supuesto interés personal y ansiosamente llamé a mi mujer, que dió un grito de alegría.


Fui vistiéndome con calma, después de sacudir un poco la ropa que estaba en el armario y que olía algo raro. Recogí todas las cosas que tenia por la mesilla, metiéndolo todo en la bolsa y se me hizo algo extraño el calzarme los amplios zapatones deportivos, quedando otro rato sentado en el sillón, hasta que apareció mi mujer jadeando pero abrazándome firmemente con una expresiva cara de tranquilidad. Charlamos un rato mientras comprobaba que no quedaba nada y después, en vista de que no respondían a nuestra llamada, salió en busca de un celador, hasta que pasados mas de diez minutos, regresó trayendo una ruda silla de ruedas, que según dijo, había cogido lo única que había en el vestíbulo, al no encontrar a nadie que le atendiera.


Me senté con la bolsa en el regazo y nos despedimos de Víctor, que le testificó a mi mujer que yo había sido un buen compañero de habitación y una buena persona , reconociendo ella que ya sabia que nos habíamos entendido amigablemente. Empujó la silla con cierta dificultad llevandome por varios pasillos, sin encontrarnos mas que con algún personal apresurado y una auxiliar que llevaba una ruidosa torre metálica con la comida, e incluso pasamos por delante de la recepción de planta sin ver a nadie. Esperamos a un ascensor y enseguida llegó uno, que también estaba vacío pero .cuando llegamos al vestíbulo de planta baja, había mucha gente nerviosa, con mascarilla esperando ser atendidos, pero ella continuó hasta la salida, dejándome a un lado en un sitio resguardado y cuando iba a salir en busca de un taxi, un vigilante que estaba en la puerta le advirtió de muy malos modos, que después tendría que volver a dejar la silla en la misma planta de donde la cogió.






Entonces saltó un explícito “chip” en mi cabeza y mirándole fijamente, le exigí que llamara inmediatamente  a alguien responsable del hospital y aunque inicialmente se quedó muy pasmado, después se fue hacia el interior y a los dos o tres minutos se presentó una señora con cara de cansancio, vestida de blanco con un distintivo que debía indicar una determinada categoría y sin esperar pregunta alguna, pera ya mas calmado, le mostré el evidente cansancio de mi mujer, una octogenaria que tuvo que empujar por los pasillos una pesada silla con mis ochenta kilos, sin que nadie se prestara a sustituirla y que para colmo, ese cenutrio (intentaba buscar al vigilante, pero ya se había deslizado cautelosamente), poco menos que le ordenaba que subiera la silla a su lugar. Aunque entendemos perfectamente el continuo agobio que padecen, sentimos el que haya sido un pésimo remate a una estancia afable y eficaz.


La responsable, nos pidió reiteradamente disculpas por haberse producido ese descuido tan deplorable, en parte debido a los nuevos colaboradores que no habían tenido una suficiente y eficaz formación previa, pero aseguró que inmediatamente tomaría drásticas medidas. Naturalmente aceptamos su justificación, comprendiendo totalmente su agobio y nos despedimos cordialmente de ella, que inmediatamente le hizo señas a un celador para que nos acompañara al exterior y nos buscara un taxi.


Durante el corto trayecto y ya metidos en el normal ambiente urbano, no sé por qué, la prisa de las gentes y el tráfico, me parecieron muy alejados.


Veinte minutos después, al entrar en casa volví a percibir el sosegado olor de las varillas de incienso que habitualmente solemos encender y después me derrumbé en mi sillón favorito, lanzando un largo suspiro de alivio y también de agradecimiento a todas aauellos personas que en sus ignoradas funciones y servicios habían contribuido a mi restablecimiento..


Gracias a la vida, y a todos los que ayudan a vivirla.


CARLOS RODRÍGUEZ-NAVIA.

Madrid 2021









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