Las coletas de Uma

 Capítulo I




El sol estaba a punto de desaparecer y la gente apuraba los últimos chapuzones del día. Era ese momento en que el astro rey juega con el horizonte y regala momentos inolvidables a la vista. Los que no estaban bañándose estaban haciendo fotos de las que presumir luego. 

A la izquierda del todo, y sin nadie alrededor, una silueta apuraba esos momentos como el que apura los últimos sorbos de una cerveza.  Se intuía un cuerpo pequeño, de mujer, y un bañador color teja. Se intuía porque estaba metida hasta los hombros, y lo único que podía verse con claridad eran unas coletas que parecían tener vida propia. 

Cuando ella estaba ensimismada en sus cosas y en el sol desapareciendo, se acercó un chico con su bañador granate. Alto, rizoso,  con un tatuaje en el brazo y una sonrisa de oreja a oreja. 

- Hola. 

- Mira que es grande la playa -susurró ella-. 

- ¿El qué? 

- Que es grande la playa. ¿No tienes otro sitio? 

- Perdona, que yo sepa es pública y no hay ningún tipo de prohibición. 

Las imágenes espectaculares duraban unos minutos. Para quien no estaba acostumbrado era una sensación única. La tierra, el mar, el horizonte, comiéndose al sol. Poco a poco pero sin tregua. 

Ella estaba acostumbrada. Era de allí, y las veía a diario. Sabía dónde,  cómo y cuándo pillar las mejores puestas de sol del mundo. Esto último lo decía cuando quería presumir con alguna amiga. 

- Hala, ya te puedes ir. 

- ¿Por qué? 

- Ya se ha puesto. Se hace de noche y no hay mucho que ver. 

- No he venido a ver el sol. Estas son las mejores vistas de Raxó ahora mismo. Y harás como él: te irás. Pero ahora mismo....las mejores. 


Uma trabajaba en un supermercado de Pontevedra.  Le quedaba relativamente cerca de casa y era ideal para empezar a ganar un poco de dinero. Con diecinueve años y viviendo en casa de sus padres los gastos fijos eran mínimos, así que podía pagar el seguro del coche, comprar ropa con cierta asiduidad y salir con sus amigas cuando le apetecía. Era una chica feliz. Tímida pero feliz. 

- Ayer intentaron entrarme en el agua. 

- ¿Cómoooo? 

- Eso tía, que estaba viendo la puesta desde la esquina de la playa que tanto nos gusta y vino un chico a entrarme.  

- A ver, Uma. La gente se mete en el agua para darse un chapuzón. O, cómo tú,  para ver unas vistas espectaculares. 

- Sí, las de mis coletas. 

- ¿Qué dices? 

- Eso, que un tío me dijo que las mejores vistas eran las de mis coletas. 

- Escucha una cosa. Deja de beber cuando vayas a bañarte. 

- Que no, que no había bebido. El caso es que el chaval está cañón.  Ojalá quiera algo más que mis coletas. 

- ¡Halaaaaa! Di que sí.  

- No es del pueblo. Los de aquí son unos siesos.  Y cuando llega el verano sólo tienen ojos para esas pijas con bañadores de 300 euros y las tetas a la altura de la garganta. Pero ya llegará octubre. !Ya llegará! Y noviembre. Y entonces tendrán que matarse a pajas porque te digo una cosa; si ahora no existimos pa ellos, en el invierno tampoco. 

Lucía estaba atónita escuchando a su amiga. No es que no pensara como ella, pero no era capaz de verbalizarlo. 

Ese día trabajaba de mañanas. Le gustaba más. No le importaba madrugar y así tenía las tardes libres. Eso era una pasada en la época del año en que estaba. Días grandes, playa, cervecita, y si quería fiesta.....fiesta. Lo que hacía en esos casos era dormir la siesta y luego salir. Así podría estar decente en el trabajo a primera hora. 

Y si había alcohol no había coche.  Era innegociable. Lo malo de eso es que el coche no era, solo, un vehículo de transporte. En más de una ocasión era el cómplice de algún polvo que se presentaban de repente. 

No tenía novio. No quería novio. Quería ser feliz sin ataduras de ningún tipo. ¿Quería salir? Salía.  ¿Quería quedarse en casa a ver una peli? Se quedaba. ¿Quería tener sexo? Se lo buscaba. Pero cero obligaciones o compromisos. 

Lucía,  en cambio, salía con un chico del pueblo de al lado. A Uma no le caía mal  pero no le gustaba ver a su amiga con hábitos de señora mayor. 

 - No te apetece salir, tenemos una serie empezada y, sin embargo, has quedado a las ocho. No te entiendo. 

- Bueno, es que a Manu le apetece. 

- Le apetece  ¿qué? ¿Follar? 

- No seas bruta. Le apetece salir a tomar algo. Lleva toda la semana preparando esa oposición y quiere desconectar un poco. 

- Que vale. Que sí.  Que te veo mañana entonces. 

Y se pasaban la vida así. Eran como agua y y aceite pero se necesitaban. 

La mañana transcurrió con la rutina habitual de un día del mes de julio en la zona. Los turistas duplicaban la población habitual y eso se notaba en el súper. Mucho trabajo y mucha gente "no habitual" comprando. 

- ¿Qué vas a hacer por la tarde? 

- He quedado con Lucía.  Iremos a tomar algo. 

- ¡Vaya muermo, tío! Lucía, Lucía, Lucía. A la familia que le den. 

- Tampoco es eso, Santi.  Hice planes porque me dijiste que llegabas mañana. 

- Ya. Parece que te jode que haya llegado primero. 

- No, joder. Pero no te quejes si los demás seguimos haciendo nuestra vida. Además; puedes venir con nosotros. ¿Te apetece? 

- ¿Con un par de tortolitos que pasarán del mundo? No. Gracias,  Manu.  

- Que sí,  tío. Y puedo decirle a Lucía que llame a alguna amiga y que vaya. Así no te aburres. 

- ¿Seguro? 

- Seguro. Ya verás. No has venido de vacaciones para quedarte en casa, ¿no? 

Pues no, la verdad es que no. 

Lucía no fue capaz de convencer a Uma para que cambiara su plan de serie y sofá por salir con ellos y un primo que había venido de nosédónde.  

- Yo no soy la niñera de nadie. 



Continuará...

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