La escrupulosa enseñanza privada

 





Hace ya unos cuantos años que, en un prestigioso y selectivo Colegio de Enseñanza regido por religiosas, un buen día se les comunicó a las niñas de los cursos superiores y en plan confidencial que, con motivo de la próxima onomástica de la Madre Supriora, sería un buen detalle por parte del alumnado que cada una aportara una pequeña cantidad de alguno de los distintos ingredientes necesarios para elaborar una decorosa tarta, que a modo de sorpresa colectiva le sería ofrecido en su momento.

Como era lógico, dada además la ostentosa categoría económica de las familias de las niñas, casi todos llevaron de sus casas abundantes cantidades de algunos de los componentes, de tal manera que en un par de días, las monjitas se encontraron con más de ciento veinte huevos, sesenta y cinco litros de leche, unas ciento treinta pastillas de mantequilla, un montón de kilos de azúcar, harina, etc., todo lo cual fue discretamente guardado en sus recoletas despensas.

Con una parte, bastante inferior de todo lo recibida, las amorosas manos de las reposteras elaboraron calladamente una cursilona y primorosa tarta de un tamaño bastante notable. Llegado el día señalado y en un salón de actos repleto de los familiares de casi todas las alumnas, después una oración de acogida y un breve discurso de felicitación a la Reverenda Madre Superiora, del fondo del pasillo central, con el acompañamiento de la Marcha para Pompa y Circunstancias y los aplausos de los asistentes, apareció la niña más aventajada y de pomposo apellido, llevando una ampulosa tarta rebosante de nata, fresa y caramelo. Subió muy despacio al escenario, hizo una genuflexión a toda la comunidad de monjas y después de otra reverencia, con una bien declamada y breve alocución, se la ofreció a la homenajeada, como como una humilde expresión de afecto de todo el alumnado.

La Reverenda, con mirada emocionada hacia todos los asistentes, con cierto rubor y sus manos abiertas, rechazó la amorosa oferta, alegando que sus votos de pobreza y humildad, no le permitían aceptar regalos personales pero que, no obstante, agradecida y conmovida, se la devolvía al alumnado para que fuera rifada entre todas.

Casi de manera milagrosa, aparecía otra monjita llevando un talonario de unas 200 papeletas que, tras una pausa acompañada de un discreto rumor de voces y movimientos, desaparecieron rápidamente, dado su bajo precio y el atractivo premio. En poco más de diez minutos, la mano inocente de la misma alumna representante extrajo una bola de una bolsa, cuyo número fue anunciado con vibrante voz a todos los presentes.

Una niña de unos trece años, con pecas y coletas, saltó de alegría y gozo y fue avanzando entre animadores gritos y aplausos hacia el escenario, en donde recibió de manos de la Superiora la deliciosa tarta, pero cuando la afortunada, dando traspiés con la tentadora carga, se disponía a bajar junto a sus compañeras, que la esperaban con el dedo índice preparado, una sigilosa monja se acercó a ella y le susurró unas palabras junto a la coleta izquierda. La cara de la niña fue pasando por todos los colores de la tarta y tras unos instantes en los que pensó en las mortificaciones, las renuncias al demonio y sobre todo en los próximos exámenes, se acercó a la Madre Superiora y tras una reverencia, genuflexión y besada de manos, se la ofreció en nombre propio “ a todo el claustro de profesoras monjas”.

En un mar de emotivas y beatificas sonrisas y aduladores aplausos, esta vez la Reverenda aceptó la desprendida oferta, solo como representante de toda la Comunidad y con un tierno gesto de cariño, le otorgó a la niña el gordo fresón central y con la voz algo entrecortada por las lágrimas aseguró que, al degustar tan caritativo y dulce presente, recordarían .aún más a todas y cada una de las alumnas,

Aquella pedagógica comunidad, ,tuvo motivos de agradecer a la divina providencia la abundancia de los bienes caídos del cielo, congratulándose de la generosidad, la madurez y el valor de los esfuerzos colectivos de sus tan bien educadas discípulas.





CARLOS RODRÍGUEZ-NAVIA.

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