Garage
CAPÍTULO 13
Aquel piso olía a sexo de una manera increíble. De esas sensaciones que flotan en el ambiente y que no hace falta explicarlas. De las cuatro estancias que tenía, en tres de ellas había ropa por el suelo. En la cocina estaban las cazadoras y un pañuelo enorme, ademásde unos zapatos. En el salón; una camisa y una minifalda, además de unas zapatillas informales. Y en la habitación el resto.
En la cama, dos cuerpos desnudos con ganas de darse tooodo el placer del mundo. En realidad, estaban ello. Y tampoco es que estuvieran ambos en la cama. Para ser más exactos, Carmen estaba en la cama, con los pies en el suelo, y Kike arrodillado en el suelo comiéndola entera. La imagen llevaba a confusión, ya que parecía, por una parte, que ella estaba disfrutando (como una loca para ser sinceros) pero, a la vez, tenia la cabeza del chico aprisionada entre sus piernas como si le fuera la vida en ello. Era como si quisiera más. O, quizás, lo que quería es que no saliera de su coño nunca.
El caso es que follaba como los ángeles. Ya le había quedado claro la noche que tuvo que marchar de repente y hoy lo estaba corroborando. Sus manos tocaban donde tenían que tocar. Su lengua besaba donde tenía que besar. Tenía las prisas justas para ponerla a mil y para calmarla a su debido tiempo. Era como si tuviera un libro de instrucciones del cuerpo de Carmen.
¿Me vas a follar de una puta vez?
No, aún no. Quiero que estés más excitada.
¡¿¡¿Más?1?1 Eso es imposible.
Nunca es imposible. ¡Nunca!
Buffffff……..
Y tenía razón. Cuando ella creía que sus pezones no podían estar más duros, iba él y conseguía ponerlos aún más. Cuando ella creía que no podía estar más mojada, mezclaba su lengua con alguno de sus dedos y aquello amenazaba con inundarse. Cuando ella creía que deseaba su polla dentro –de una puñetera vez- para calmarse, iba él y se la ofrecía para que la comiera y jugara con ella. Aquello la volvía loca. Ser dueña de algo que le daba tanto placer era como tener el poder absoluto sobre su cuerpo. El error estaba en pensar que se correría cuando quisiera.
¡No!
Te vas correr cuando a mi me dé la gana.
Y allí estaba Carmen. Arrodillada delante de Kike y comiendo su polla como si no hubiera nada más en el mundo.
Carmen era esa clase de persona que no necesita nada especial para ser feliz. Y que si quiere algo va a por ello sin rodeos. Desde pequeña tuvo claro que la vida era dura y que para conseguir algo había que desearlo y hacer todo lo posible por conseguirlo. Cuando era joven, en la pandilla de sus amigas había dos teorías para con los chicos. La de las demás; “me gusta aquel chico. Mañana me voy a poner guapa por si coincidimos en algún sitio por la noche. A ver si se fija en mí.
Y la de ella; “hola Javi. ¿Te apetece tomar algo mañana? Es que me gustas y querría acabar follando contigo”.
Ellas estaban acostumbradas y no les sorprendía, pero Javi, o cualquiera de los que escuchaban aquello solían poner unos ojos como platos. Era raro que acertaran a responder. Alguno respondía afirmativamente o con una sonrisa, pero responder con una conversación larga….no.
Eso pasó en Guardo, una villa palentina que quedaba más cerca de León capital que de la suya misma. Palencia “con p de puta” explicaba ella cuando decía de dónde era.
Allí estuvo hasta los veinte años. A esa edad decidió marchar para poder ganarse la vida de manera independiente y con la mente despejada. Despejada porque a esa edad tenía la certeza de que el combate con la vida que le había tocado lo
estaba perdiendo. Si seguía allí entraría en un bucle peligroso del que no sabría cómo salir. No podía consentir eso.
Así que se marchó a Logroño. Era una ciudad neutra pero con mucho ambiente. Eso era bueno como fiestera que era y también de cara al futuro profesional. No tenía estudios, más allá de los básicos, pero se le daba bien la hostelería. Era, se repetía muchas veces, lo único que sabía hacer.
Llegó con lo que tenía ahorrado y lo primero que hizo fue buscar un sitio para dormir. No le importaba la calidad, de momento, pero sí un mínimo de limpieza. Ya tendría tiempo de ir mejorando las condiciones de su vivienda. Con esa edad y sin muchos prejuicios no le costó trabajo alquilar una habitación de un piso en el convivían dos chicas. Una lucense y otra de Madrid. Era asequible, la habitación amplia y parecían majas. Le costó entre poco y nada aceptar y decirles que contaran con ella. Esa misma noche la pasó allí.
Lo bueno de alquilar una habitación es que la mudanza es mínima. No debería ni llamarse así. Dejó las dos maletas y la mochila que traía con ella y tuvieron la firma del contrato. En realidad se trataba de sentarse en el salón delante de unas cervezas y contar todo aquello que quisiera contar. Y preguntar todo aquello que quisiera preguntar.
Ya responderemos nosotras lo que nos dé la gana.
Fue muy ameno. Muchas risas y confesiones y alguna norma que deberían cumplir sin excepción. Había pequeñas multas por detalles pero normas no negociables que ni pagando multa.
Los lunes se hace la compra de lo básico. Un lunes cada una. Misma cantidad de, por ejemplo, leche, pan de molde, azúcar, aceite, fruta, pollo, patatas y demás cosas que consideramos esenciales. Si quieres algo especial, lo compras. Si la semana que has hecho la compra, nos quedamos sin algo…multa.
¿Tienes novio?
No. Tranquilas.
Tranquilas estaríamos si lo tuvieras. Dan menos guerra y meten menos ruido que un polvo de una noche.
¿Podría traer un chico aquí?
Claro, mujer. Es un bien necesario. Pero para un polvo. O dos, si aguanta. Pero no queremos chicos aquí comiendo o desayunando. Eso ya pueden hacerlo en otro sitio.
¿Y si es chica?
Tampoco, son peores. Y no son un bien necesario. Aquí tienes dos.
Las risas no paraban. Eran majas, sinceras y no le daban muchas vueltas a las cosas. Las cervezas también ayudaban a que la firma del contrato no fuera un marrón como ella había pensado.
¿Las pizzas son algo básico? –preguntó Carmen-.
Claro que no.
Pues a la cena invito yo. No preparéis nada.
Genial. Me gusta la nueva. ¿De dónde van a ser?
¿Las pizzas? De ningún sitio. Yo cocino.
¿Perdona? ¿las vas a hacer tú?
Sí, he visto que hay un horno y ya he comprobado que funciona. Las haré al gusto de cada una. Id pensando cómo la queréis.
¿Quieres casarte conmigo?
Tres chicas, en algún piso de Logroño, muertas de risa con unas cervezas delante planeando la cena de un martes cualquiera. Eso era vida. Eso era, entre otras cosas, lo que pretendía Carmen marchando de Guardo. Necesitaba despejar la mente. Pensar en el presente y el futuro. El pasado no merecía la pena. No había que olvidarlo pero sí aparcarlo un poco.
Continuará...
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