Daguerrotipo de la postguerra, último capítulo.

 VII.- Y AL FINAL, DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS.

            



 Con todo derecho  se puede llegar a interpretar  que la visión  que he relatado de nuestro país es especialmente negativa, pero lógicamente hay que dar por supuesto que está descrita desde mi cristal y mis circunstancias personales, intentando mostrar solo  algunos rasgos del ambiente vivido por  una generación que experimentó unos cambios tan radicales, que de alguna manera  le supuso romper con un pasado y entrar bastante  bruscamente en una nueva era, una nueva etapa, que el llegar a adaptarse a ella, les produjo un gran trauma a algunos coetáneos,  al  tener que reconocer que las generaciones actuales de jóvenes, aún con sus defectos y sus extrañas reacciones, están bastante  más preparadas en todos los sentidos, para asimilar y concebir nuevos y distintos conceptos de Dios, Patria, Trabajo y Familia.  Es como si, ante el agotamiento de los  alimentos habituales y aparecer un tipo de comida absolutamente distinta,   muchos no la quieren probar, algunos han empezado a saborearla gratamente y otros no la han sabido digerir adecuadamente, pero en todos los casos, siempre puede  añadir alguno de los condimentos que son propios de nuestra dieta.

 No somos muchos los que quedamos de aquella guerra y su inmediata posguerra, como para influir en las actuales generaciones, que evidentemente en su gran mayoría ignora y quiere ignorar tal etapa, que ellos ven aún mucho más lejana y absurda, pero sin querer presumir ni tampoco martirizarnos, somos bastante conscientes de haber pasado por unas etapas muy relevantes a una tremenda velocidad y en un relativamente corto tiempo creo que los españoles, hemos dado en el mundo, la visión de una transición absolutamente ejemplar y civilizada, produciéndose  los cambios necesarios para formar parte de un país democrático, algunos de ellos tan impensables antaño como la posibilidad de  tener  diversos partidos políticos,  libertad de expresión, de movimiento, de ideología, de religión, de enseñanza, etc. etc. y sobre todo, no se produjeron revanchas, venganzas, ni expolios a jueces, políticos, militares, policías, periodistas e intelectuales, ni a los confidentes, colaboradores y torturadores del anterior régimen ni tampoco con las numerosas empresas, sociedades y familias que se enriquecieron  de manera poco honesta. 

Nadie tuvo que abandonar el país por sentirse perseguido más que por su propia conciencia y un nuevo concepto y sistema de Justicia, protege desde entonces a los ciudadanos, a los inmigrantes y a los turistas. Hay que reconocer que en cada generación, en todo cambio, en toda crisis, en toda evolución, siempre hay grandes posibilidades de encontrar un sentido nuevo, más libre y más comprometido.. Somos una generación que aparentemente, hemos vivido de una manera bastante anfibia, pero muy  posiblemente hemos conseguido que nuestros hijos, nuestros sucesores,  no miren hacia atrás con ira o con tristeza por haber heredado  los frenos de un inmovilismo terco y cerril.

Con mucha rotundidad me niego a formar parte de  quienes hacen grandes aspavientos y  negros comentarios y  augurios sobre la desintegración de España y hasta la consiguiente posibilidad de una nueva contienda interna. Creo que aquellos medios o grupos que  piensan y fomentan tales vaticinios, o son unos ciegos históricos o  están proyectando un  subconsciente rencor hacia las demandas democráticas. Sin ser un experto, hay que entender que la mentalidad, la formación, la economía y la situación social, aún sin estar ni mucho menos plenamente equilibradas, son  por suerte y por evolución, circunstancias absoluta y rotundamente diferentes de los que había en el primer tercio del siglo XX.  

No obstante, verisímilmente se podría producir algún tipo de problemas y en un plazo no muy distante, si se sigue  manteniendo la precariedad e inseguridad laboral, los bajos emolumentos y unas crecientes diferencias del nivel económico, cultural y social indiscutiblemente desproporcionadas, ya que cuando una sociedad egoísta o ciega no comparte debidamente los beneficios y prerrogativas, se pueden llegar a  producir serios  enfrentamientos. Lo mismo sucede con la visible marginación y explotación de quienes difícilmente intentan entroncarse nuestro país, ya que no es solo cuestión de que lleguen a tener un trabajo y un salario más o menos justo, sino que  hay que hacer lo posible por que se sientan integrados, consiguiendo su gradual  composición y el debido conocimiento  y respeto de nuestra  Constitución, pudiendo   conservar sus costumbres y peculiaridades siempre que no tengan repercusiones contrarias a nuestras leyes, para que  las diferencias de los niveles económicos,  sociales y culturales, no lleguen a ser tan desproporcionadas como para que se conviertan en injustas  y discriminatorias. 

 He vivido intentando  pasar sensatamente por las distintas situaciones de cada circunstancia y afortunadamente he  renunciado a manifestar una posible, fantasiosa, cómoda y  artificial postura, de cómo hubiera actuado en el caso de haber tener otra ideología distinta. Me considero un vulgar y corriente humano impenitente, con un rechazo razonablemente  relativista de dogmas, preceptos y observancias irracionales,  y con una integral liberación personal intento estar en una libre posición indefinida, respetuosa con el orden y la libertad pero lejos de cualquier fanatismo, de una ideología  estática o de un personaje absolutista, por lo cual pretendo estar alejado de pretenden dar lecciones magistrales ante grupos progresistas, círculos de bombos mutuos o autocomplacientes cenáculos, de la misma manera que quiero y espero seguir alejado de los que se incorporan al  borreguismo de masas o se dejan llevar por el reclamo publicitario y la novedad momentánea, en cualquiera de sus diversas ofertas. 

Simplemente deseo poder practicar una desocupación creativa, que me aleje  de la holganza y la trivialidad,  admitiendo incluso la posibilidad de que mi propósito inconsciente sea el de estar entre los ignorantes, como el tuerto en el país de los ciegos, pero intentando no confundir lo simple con lo sencillo, lo vulgar con lo tosco, ni la generalidad con la totalidad. 

Es fácil advertir que,  en casi todas las colectividades, aun teniendo en cuenta la lucha por la supervivencia,  los problemas se aprecian y se comparten mejor en las épocas de crisis  que en  las etapas de despilfarro,  dilapidación y superficialidad, cuando  la competición  ya no es por la sencilla mera supervivencia y el bienestar,  sino que prima  la vanidad  y la posibilidad de llegar a las cotas más altas de la popularidad y el dominio social.

  No creo en ninguna religión única y verdadera, aunque aún dedico bastante tiempo a intentar  comprender sus principios, motivaciones y metodologías divulgativas, observando sus evidentes influencias y sus derivaciones en las desiguales  sociedades y culturas, en la  actualidad bastante más  investigadoras y tecnificadas,  pero además  creo que también tendrán que hacerse profundas revisiones y cambios, cuando el revolucionado y creciente movimiento femenino mundial,  exija a todas una clara rectificación de su secular situación marginal.

  Tengo una gran confianza en el ser humano, que aun dando a veces enormes pasos hacia atrás, avanza hacia un prometedor y posible futuro, en el que el raciocinio superará a la tozudez, pero no espero más milagros que los que, continuamente, nos ofrece  la Naturaleza.




   CARLOS RODRIGUEZ-NAVIA.  

  Madrid, Agosto 2019

                                                                                   

     


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