Garage
CAPÍTULO12
Cuando llegó el camarero ya llevaban varias carcajadas y tenían un debate sobre si llamarle Billy (el rápido) o Fittipaldi. Después de pedir dos cervezas la conversación derivó en que, a veces, hay cosas que no vemos y que influyen en el trabajo de, por ejemplo, Billy. Loli defendía que, quizás, estaba haciendo algo que no le correspondía porque otro compañero era un inútil. O un vago. O un jeta. O las tres cosas a la vez. Y que los clientes no se daban cuenta de esas cosas. Únicamente de que tardaba en atenderles.
Ya, pero tú y yo no somos unos clientes normales, ¿no?
Yo igual sí, pero tú no, desde luego.
Volvieron las carcajadas. Eran sinceras y nada forzadas. Se sentían cómodos allí sentados, sin pensar en el resto del mundo. Bueno, en el camarero y poco más.
En realidad –dijo Loli- yo puedo hablar con conocimiento de causa. Soy camarera.
Claro, y yo no, ¿verdad?
Pues no lo sé. Pero te diría que no. Me la juego.
Has ganado. No soy camarero. Pero puedo hablar con el mismo conocimiento que tú, porque me dedico a ver esas cosas, precisamente. Así que…has perdido. Empate.
¿Cómo es eso? ¿Te pagan por ser un cotilla?
Jajajajajajajajaja. No, no exactamente. Me dedico a decirle a la gente lo que hace mal. O, dicho más suave, lo que puede hacer mejor.
Que yo me entere. Por ejemplo: es como si yo te digo que esa camisa que traes te quedaría mejor metida por dentro del pantalón y con una americana informal. ¿Es eso?
Pues…algo así, pero con matices.
Matiza.
Que no me dedico a la moda y que sólo se lo digo a quién me lo pide. Tú me has dado un palito por mi poco gusto a la hora de vestirme para una cita pero nadie, que yo sepa, te ha preguntado.
Claro, ya lo entiendo. Tú no hablarás de mi chupa a no ser que yo te pregunte.
Más o menos. Pero te recuerdo que, llegado el caso, además de decirte que es mejorable (si me preguntas) te cobraría por ello.
¡Hay que joderse! Paso entonces de preguntar.
Pero, has dicho, que no es tu rama.
Correcto. Lo hago en negocios de hostelería.
¿Perdonaaaa?
Eso. Bares, restaurantes, cafeterías, discotecas….esas cosas.
¡Hijaputa!
¿Quién? ¿Qué pasó?
Carmen. ¡Qué zorra!
Noooooo, no. Cuando voy a desayunar no estoy trabajando. No creo que tu jefa sepa de mi empresa siquiera. Me pilla cerca de casa y me gusta el café. Es todo.
Una hora –y dos cervezas- después, la conversación era fluida y entretenida. Billy ya era menos lento que al principio y Loli estaba cómoda. Le gustaba hablar, escuchar, aprender y enseñar. Aunque no lo hiciera a menudo, le gustaba salir de ese mundo cerrado en que había convertido su trabajo y su casa.
Era de esas personas que sin presumir de nada sabían de muchas cosas. Podía tener una conversación casi con cualquiera sin quedar retratada o sentirse fuera de lugar. Según ella, las claves eran dos. Leer y la hostelería.
Leía de todo. Y mucho. Desde prensa hasta novelas, pasando por artículos y opiniones de esas que casi nadie lee en las páginas de los periódicos. No tenía grandes estudios, pero sabía expresarse muy bien y era raro que cometiera faltas de ortografía.
Hasta en las comandas pongo tildes.
Escuha, ¿es necesario?
Sí, claro. “Salmon” no es lo que quiere el señor de la cuatro. Quiere “salmón”.
Jajajajajajajaja. Creo que es excesivo.
Yo creo que no, pero vamos, que esto no es una competición.
Tienes razón. Y creo que, de hecho, te has ganado una cerveza. ¿Hace?
¡Siempre!
Cuando se dieron cuenta eran las diez menos cuarto de la noche. El tiempo había pasado volando, lo que significaba que estaban muy a gusto. De hecho, ni Nico estaba auditando el negocio ni Loli le ponía “peros” a Billy. Estaban disfrutando. De las cervezas y, sobre todo, de la compañía. Pero al día siguiente había que madrugar y quizás era bueno ir pagando y dar por terminada la cita.
Por favor –dijo Loli- ¿me dices qué te debo?
Está pagado, señorita.
Aquello sí era una derrota. La profesional de la hostelería era ella. La que debía saber qué hacer y cuándo hacerlo para pagar era ella. Y sentado enfrente tenía a Nico, recreándose en una victoria con la complicidad del camarero.
En el oeste durarías cuatro días. Ere más lenta que Billy.
Las carcajadas fueron sonoras y sinceras. La mejor manera de acabar una cita. O no.
Salieron de allí pero teniendo la certeza de que no era lo que ninguno de los dos quería. Lo hacían porque sabían que no era una carrera de cien metros, era más bien una prueba de fondo. Y salir a tope no era una buena táctica.
Yo voy hacia los Jardines de Valbuena, cerca de la cafetería.
Genial. No me pilla lejos, así que te acompaño hasta el Súper de la esquina.
Pasarlo bien. Eso era lo que estaban haciendo. Pasarlo bien mientras caminaban sin prisa hacia sus casas. Ninguno de los dos tuvo el impulso de proponer al otro algo que, aunque les apetecía a ambos, podía estropear una tarde-noche brutal.
Risas, confidencias, chascarrillos, cervezas, planes, vivencias…..
Hasta mañana entonces.
Bueno, si tú quieres.
- ¿Cómo?
Sí, que para ti es fácil encontrarme mañana, pero yo a ti…..
Me encontrarás, no te preocupes. Y no, no es una amenaza.
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