Daguerrotipo de la postguerra, cinco
V.- DE LOS REFAJOS AL SHORT.
La ya escasa generación de los que actualmente nos deslizamos por la década de los ochenta, ya nos hemos ido acondicionando desde hace unos años a casi todos los incontrovertibles cambios sociales, ideológicos, técnicos, etc., pero quizás uno de los más notables e influyentes en la actual sociedad, ha sido el que ha experimentado la mujer española que, con esfuerzos y dolores de parto, ha ido arañando, escalando y rescatando las escalas de la personalidad, la dignidad y el derecho. Ha sido la lógica rebeldía de las forzadas marginaciones, desprecios e ignorancias sobrellevadas por la influencia de la cultura árabe y la judía, que junto con la secular misoginia de la Iglesia Católica, habían ido marginando tradicionalmente su participación y su opinión, hasta limitarla prácticamente a trabajar y parir, sin olvidar que en 1563 hubo un Concilio en el cual se estuvo debatiendo largamente si la mujer tenía o no tenía alma… y aunque parecía que la conclusión había sido consecuente (¿), esa problemática y su equivoca mentalidad, siguió ejerciendo una fuerte influencia en el mundo del varón indómito y caprichoso… y si bien en la época de la II República, mujeres como Clara Campoamor, Margarita Xingú, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, Dolores Ibárruri, María Zambrano, Federica Montseny y algunas más, habían destacado en el campo de la literatura, el arte, la política, la abogacía o la educación, también tuvieron una bastante difícil competitividad con un mundo fundamentalmente dominado por hombres.
Clara Campoamor |
En los primeros años del franquismo, solo eran insustancialmente conocidas algunas deportistas, actrices de cine o teatro, locutoras de radio y periodistas de revistas femeninas, pero fue primariamente promocionada la imagen de la mujer folclórica o coplera, como Conchita Piquer, Lola Flores, Imperio Argentina o Pastora Imperio, quienes voluntaria o forzosamente eran frecuentemente llamadas a colaborar en los pasteleros festivales benéficos que organizaba Doña Carmen Polo, más famosa y reconocida por sus trajes, pamelas, joyas y muestrario dental, que por su inteligencia, ya que su papel se limitó a estar al lado del Generalísimo en algunos actos oficiales, especialmente los religiosos, pero nunca hacía declaración alguna, ni mostró algún tipo de interés cultural.
Concha Piquer |
Una mujer políticamente destacada fue Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio, fundador de Falange Española, si bien era bastante más timorata. Ella creó la llamada Sección Femenina, que en las primeras épocas del franquismo hizo en parte una interesante labor humanística y social con la mujer de entonces, aunque bastante limitada su función instructiva a lo que se calificaba como sus labores, es decir, a la profesión de la buena mujer, preferentemente casada y sumisa compañera del marido, con dedicación meramente domestica a la cocina, limpieza, costura, etc., así como al cuidado y formación de los hijos en un ambiente cristiano. Había también otro equipo dedicado a la enseñanza elemental, coser a máquina, practicar la gimnasia y restaurar y conservar un folclore regional casi olvidado.
En la sociedad civil, la mujer soltera mantenía una castidad reprimida y aun mayor que la de los hombres, puesto que si llegaba a tener un desliz o un comportamiento indebido, era duramente criticada y considerada con la más baja calificación moral y social, con una casi imposible rehabilitación. La conducta de las parejas de novios, estaba especialmente vigilada y una actitud externa, considerada como demasiado afectiva en calles o parques, podía ser abiertamente censurada e incluso multada por cualquier autoridad, con la calificación de haber incurrido en “escándalo público”, siempre con una mayor incriminación y reproche hacia la mujer.
El único matrimonio permitido en España era el celebrado según el rito canónico de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, con posteriores efectos civiles y, por supuesto, solamente entre hombre y mujer. Todos los matrimonios civiles realizados durante la Republica fueron invalidados, calificando a la mujer de manceba, querida o barragana y considerando a los hijos como ilegítimos.
La mujer española no podía tomar ninguna decisión personal sin la autorización o consentimiento de su marido, hasta para viajar, crear una cuenta bancaria, formar parte de alguna agrupación o del terrible planteamiento de no querer sufrir más partos. No estaba permitido el divorcio o la separación aunque se hubieran producido malos tratos, pudiendo caer en el delito de abandono de hogar cualquier ausencia no justificada. Una reservada solicitud de anulación matrimonial, previo cumplimiento de los formales requisitos de la Iglesia, suponía pasar por un mundo de abogados canonistas, con un costoso desembolso económico y un largo proceso de morbosos interrogatorios por parte del Tribunal de la Rota.
Indiscutiblemente, la actualmente denominada violencia de género no era fácil de denunciar por parte de la mujer, puesto que tampoco había una legislación específica al respecto y si no había rastros externos de sangre, solo se suponía que había sufrido malos tratos menores, fácilmente argumentados por la policía como una elemental reacción de cólera del marido, por una indolencia doméstica o desobediencia marital.
El prototipo ideal de la esposa del hombre de derechas era católica practicante y asidua a rosarios, novenas, triduos, vigilias, procesiones y ejercicios espirituales, además de estar e muy atenta al pago de la bula correspondiente, para poder comer carne los viernes. En su parroquia, las más pudientes tenían su propia silla forrada de terciopelo negro con reclinatorio abatible, acreditando la propiedad con las iniciales marcadas con tachuelas doradas y en la que solían permanecer largo tiempo rezando el rosario o leyendo un eterno Kempis. Aparte del obligado velo, deberían llevar siempre una ropa oscura, recatada falda larga, medias, pocas joyas, no ir maquilladas en exceso ni mostrar nada de su piel más abajo de la garganta. Muchas, portaban grandes escapularios que publicitaban su devoción a alguna venerable virginidad y las más consecuentes, tenían su propio director espiritual y consejero, que en no pocos casos, escudriñaba audazmente en los íntimos secretos de alcoba de la oprimida penitente.
Las mujeres de clase alta y casi por norma social, no trabajaban pero estudiaban algo de cultura general, piano, bordado o repostería. Era de buen tono el asistir a actos benéficos, colaboraciones en mesas petitorias o cocteles oficiales, lugares en los que se podía relacionar con personas importantes e influyentes y llegar a casarse con caballeros de apellido distinguido o de alto nivel económico, en alguna iglesia significativa con sus correspondientes testimonios gráficos del acto, para las revistas de sociedad.
En la clase media, muy pocas chicas iban a la Universidad y generalmente, por razones económicas familiares, iniciaban el bachillerato y después se hacían secretarias mecanógrafas, maestras, enfermeras, costura y confección o se buscaban un empleo en librerías, mercerías, etc. en donde hubiera un horario que les permitiera estar en casa a horas “decentes”. Los noviazgos eran menos convencionales y mediatizados, pero se solía indagar en la historia y nivel del aspirante, su situación laboral y sus posibilidades de formar un hogar y una familia perceptiblemente cristiana.
Las mujeres de clase más humilde, hacían los trabajos de limpieza en oficinas, asistenta a domicilio o tareas manuales en fábricas y naves de confección, por lo cual sus relaciones sociales estaban prácticamente limitadas a las que se derivaban de su trabajo, consiguiendo mantener su hogar a costa de mucho sacrificio. Unos años después, algunas pudieron dedicarse a hacer labores desde su casa con una máquina de tricotar, cogiendo puntos a las medias o planchadoras, consiguiendo aliviar los escasos ingresos de su marido y atender mejor a la familia.
Prácticamente, casi ninguna mujer lograba ocupar puestos y profesiones que estaban categóricamente dominadas por los hombres, como jueces, fiscales, ingenieros, pilotos de aviación, mineros, militares, altos cargos políticos, alcaldía, etc., hasta que en estos últimos años, los niveles culturales, universitarios y técnicos de muchas mujeres son ya diferencialmente superiores y en los distintos desempeños profesionales de medicina, investigación, vigilancia de seguridad, policía, conductoras etc., también ocupan puestos de gran importancia y competencia.
Hasta ya avanzada la democracia, no estaba reconocida la transexualidad, el lesbianismo, ni el matrimonio entre personas del mismo sexo biológico, temas estos que la gran mayoría de los ciudadanos repudiaban o desconocían pero tampoco demandaban, aunque las voces religiosas siempre mostraban una absoluta oposición y una contundente calificación de antinaturales.
Actualmente, una gran parte de la nueva sociedad, ya sabe que las diferencias sensitivas, psicológicas, afectivas y hormonales, no son trances insuperables para su comprensión y entiende que ambos géneros estamos afortunadamente destinados a respetar apreciar, colaborar o compartir prácticamente nuestras vidas, como equilibrio compensatorio a nuestras análogas debilidades y, aunque quedan algunos malformados varones que practican una extrema violencia con su pareja, siempre se produce un fuerte rechazo popular y una contundente reacción judicial.
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