Microcuentos de terror
«MI TURNO»
Ya era hora que se fueran, no aguantaba más sus respiros y risotadas. ¿Pensaban acaso que solo era un juego, que nadie se enteraría, que las almas no sentimos, ni queremos – ni jugamos -? ¡Ellos me invitaron, ellos me soltaron, desde lo hondo me invocaron y ahora ya no están! Corren, a lo lejos escucho sus pisadas que tropiezan unas con otras. Estos niños hechos de piel no conocen la otra vida. Ellos no saben que a nosotros no nos atan ni el oxígeno, ni el cansancio, ni el dolor; que no conocemos la pena y la compasión; ignoran que nosotros no dormimos, que siempre vigilamos, que nada se nos escapa. Míralos correr, algunos ya llegaron a sus casas y abrazaron a sus madres, otros se fueron a dormir sin cenar. Piensan que todo ya pasó. ¡Ellos tuvieron la culpa! yo nunca pensé regresar de nuevo, pero ellos así lo quisieron, ellos me llamaron por mi nombre, abrieron la puerta y no la cerraron a tiempo. Poco tiempo les queda. No tienen un lugar de refugio. Sus casas se convertirán en cavernas desconocidas, en pesadillas sin fin. Les conozco muy bien, sé dónde viven, dónde duermen, lo que temen y, sobre todo, lo que aman. Ya es hora de comenzar, ahora me toca jugar a mí. Ya nadie estará a salvo, ya nada será como antes. Mañana no habrá luz.»
Hector C. A.
«NO DIGAS SU NOMBRE»
El pecho me dolía, manos y brazos paralizados mientras un sudor frío recorría mi espalda. Era sueño, pero ya no lo era. Mis ojos contemplaban la oscuridad de esa fría noche. La primera en aquella casa que tanto nos costó conseguir. Un aire gélido se colaba por alguna rendija y la sombra a mi derecha apretaba fuerte para que no respirara. Intenté gritar, escapar, huir, pero mi cuerpo no respondía. En mi cabeza resonaba la historia que me había contado justo antes de ir a dormir. Intentaba convencerme que todo aquello era una broma cruel y al siguiente parpadeo despertaría. No se si fue un grito ahogado que no llegué a escuchar o el movimiento para tratar de escapar. Lo cierto es que logré despertarle. Aún sin palabras vi cómo subía la persiana y la pálida luz de la luna iluminaba a medias la habitación. ‘Tranquila ya ha pasado todo’. El aire volvía a mis pulmones mientras recordaba el final de su historia. ‘Prométeme que nunca me pedirás que te diga su nombre’ No hace falta, pensé mirando los ojos rojos que me observaban desde la esquina. ‘Ahora resuena también en mi mente’»
Zulaiki
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