Historias de una canción
Supongo que los que tenéis hermanos, habréis sufrido las inevitables comparaciones: tu hermano o tu hermana sacan mejores notas, son más obedientes, más discretos, más sociables, etc., etc.
Yo no tengo hermanas, pero si primas y tengo una, ejemplo familiar de todo lo bueno que puede tener una persona, no hace falta que lo enumere. Una cosa destacable, no obstante, y que siempre me llamó la atención, es su fama de hacer los mejores huevos fritos que existen en el mundo mundial, merecedores de una, o dos, estrellas Michelin. Anda que no hemos sufrido los huevos fritos perfectos y en su punto. Con la clara esponjosa, los bordes rizados, la yema en el centro, ni muy hecha, ni muy sin hacer... Y, a más a más, que diría un catalán, va y se casa con un dentista, con lo cual el listón de bodas quedó tan, tan alto, que fue inalcanzable, por si no tuviéramos bastante con los huevos.
Cuando escuché por vez primera esta canción de La Cabra Mecánica, se la mandé a otra de mis primas que entonces residía en Londres y que tenía un novio inglés que no había podido presentar a la familia porque no era dentista, era botánico y trabajaba como jardinero, para más INRI, en la capital de los British. Decidimos que esa canción sería el himno oficial de las primas de la familia damnificadas por la estomatología, que somos todas menos una. Si, esa, la reina del huevo frito.
Ayer encontré la canción, nuestro himno, buscando otra cosa y no he podido resistir la tentación de contar esta historia.
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