Fabulilla sobre depredadores...casi de compañía

ENCUENTROS Y FUGAS.


Realmente, la única satisfacción que tuvo Don Pascual pasado el tiempo, aunque el negocio del mesón seguía su camino normal, fue el nacimiento de su nieto, que por fortuna vino a este pícaro mundo, sano, hermoso y sin complicación alguna para su madre. Como la Martina se fue a parir a La Paz, en la capital, un día después del nacimiento, Ciriaco se acercó hasta el Pub en donde trabajó tantos años, a comunicarles la noticia a sus antiguos jefes y compañeros. Celebrado el acontecimiento y tras las copas y los brindis, comentó sobre su vida, su negocio y muy poco sobre el tema de la casa de sus suegros. Al hilo de ello, le comunicaron que Don Luis ya no vivía en el piso de encima, que se había separado de su mujer y que incluso había dejado un pufo de unos cuantos miles de pesetas, no solo en el propio bar si no también en el kiosco de las revistas y la administración de loterías.
Parece que el desencadenante inicial fue, que Don Luis, volviendo anticipadamente de un viaje de trabajo, se presentó de manera inesperada en el nidito de amor que le tenía puesto a Rosa, sorprendiendo en él a su unigénito, indefinido, gomoso y alejado hijo Juan Luis Pernada de la Pradera, en concreto y pegajoso contacto a puro pelo con su nada fiel secretaria, formando cuarteto de cámara con su taimado y habilidoso aparejador José Manuel, perfectamente aparejado en pelota picada con Sony, la modélica lucidora de vistosos trapitos y nada confiable barragana de Don Saturnino Peláez, el Nino. El concierto fue interrumpido bruscamente en el momento en que estaban dispuestos a cambiar de pareja y acabó con el consiguiente intercambio de insultos, improperios y amenazas y con los insistentes intentos del imprevisto espectador, de deteriorar los instrumentos de los actuantes.
En los pasos siguientes, más rencorosos y efectivos, hubo escabechina de plumas en los corrales, con suspensión de empleos, despidos y puertas que se cerraban, mientras la bola del cotorreo iba creciendo cuesta abajo, atravesando ambientes dispares y distintos corrillos sociales, hasta que, ya sumamente adornados, llegaron a las alhajadas orejas de Doña Mercedes de la Pradera, quien tras oír las adulteradas explicaciones de su amado y candoroso hijo, disculpó su mala actuación, que atribuyó fundamentalmente a la nefasta influencia genética heredada de su padre Don Luis, el cual, al ser públicamente descubierto en su contumaz línea de actuación, en un espontáneo e inoportuno alarde de sinceridad, tachó a su mujer de fútil, fea, fofa y fría, rematando sus insultos, definiéndola como una papa arrugada sin mojo picón.  Doña Mercedes, convictamente herida, cargada de argumentos y aliviada por los calculadores consejos de su director espiritual, decidió romper los frágiles lazos sagrados, poniendo en manos de un prestigioso y ávido bufete de abogados la tramitación de la separación legal del cónyuge y apartándose entre tanto a su casa de El Escorial, hijo y servicio incluido.
Don Luis, vendió el estudio de la Calle de Orense y trasladó su residencia a Ibiza, en donde parece había olfateado un campo bastante propicio para su repugnante manera de ejercer la profesión. Dos años más tarde, una noche y después de salir del Ku, estaba esnifando con otro colega unas rayas de coca, cuando le dio una especia de pasmo cerebral. Desde entonces, está como una estatua sedente frente a una ventana mirando al mar, con la única compañía de las incordiantes moscas pitiusas y de una hierática enfermera aranesa, que le lee monótonamente la prensa local y le ayuda a acostarse, sin tener la menor intención de proporcionarle otros placeres accesorios.
Su polifacético delineante Pepe, no pudo reclamar indemnización alguna, por tener contrato de dedicación plena en el Ayuntamiento y no haber declarado nunca los sabrosos emolumentos que su segundo trabajo le proporcionaba, aunque consiguió conservar su trabajo de rémora en la administración local.
José Manuel, el arquitecto técnico y aprovechado burlador, experto en aparejos, se dedicó al peritaje de pisos, en una de las tantas inmobiliarias depredadoras que siguen proliferando en todo el país, realizando oportunistas tasaciones y valoraciones engañosas de viviendas de renta antigua.
Don Saturnino, el Nino, hombre endurecido y práctico, encajó bastante bien los acontecimientos y hasta presumió a su manera de la notoria fama, aunque según ciertos rumores aventados por las constructoras competitivas y los eternos envidiosos, se había vuelto un misógino repentino y que hasta incluso había perdido parte de sus exquisitas facultades libatorias y degustativas, dejándose ver con bastante frecuencia por ciertos locales nocturnos, en los que los camareros, aparte de servir una comida y bebida de baja calidad, ofrecían esporádicas actuaciones como ”drag queens” ante un travieso y heterogéneo público. Quizás, influenciado por ellas y para superar su oculto complejo de bajito, lleva desde entonces unos zapatos especiales con alza.
Rosa y Sony, formando sociedad y pareja sentimental por haber descubierto sus verdaderas tendencias íntimas, aplicaron gran parte de su experiencia de despacho y cama, principalmente adquirida por las debilidades de sus jefes, para entablar provechosas relaciones con algunos directores de bancos, más fuertes en economía que en las debilidades de la carne, hasta conseguir el crédito suficiente para abrir una boutique pija en la Calle de Lista, en pleno Barrio de Salamanca, haciéndose fundamentalmente con una clientela de señoras, de esas que trataban de encoger los años a base de estirarse la piel.
Y paradojas del destino... Dª. Mercedes de la Pradera, fue también una cliente bastante habitual de la boutique, llegando a alabar con veneración entre sus gomosas amistades, el buen gusto, decoro y clase de las dueñas, sin llegar ni tan siquiera a sospechar que su ex marido, las había adorado anteriormente con bastante más ardor y vesania.


MORALINA FINAL.
En Cerrillo del Pinar, el tiempo pasaba un poco más lentamente que en Madrid y aunque la fama del golpe de suerte de Don Pascual pasó velozmente, sin embargo la de su Mesón fue aumentando poco a poco, dada su buena calidad, precios razonables y el buen trato a sus clientes.


La Martina y Ciriaco, no tuvieron más hijos, pero vivieron bastante felices. De vez en cuando, entre la clientela dominguera, escuchaban rumores y cotilleos de la Capital, con lo que llegaban a valorar más su tranquilidad y su independencia de las tentaciones urbanas.
Don Pascual y Doña Remedios, poco a poco se fueron olvidando de su sensación de haber sido tan descaradamente engañados y en su sencilla nobleza, ni tan siquiera llegaron a alegrarse, al enterarse de los distintos descalabros de aquellos pícaros ciudadanos.
En un principio pensaron en vender la casa y volver a su antiguo domicilio, pero no resultó fácil encontrar un comprador en aquel alejado pueblo. Decidieron dejar definitivamente el trabajo del Mesón y que sus hijos se hicieran cargo de todo, puesto que con el dinero que les había sobrado y parte de las ganancias que les proporcionaba el negocio, administrado sabiamente, les permitía gozar de una tranquila y desahogada vida. Don Pascual, se fue adaptando a la casa y hasta le acabó cogiendo el truco a la grifería. Doña Remedios, tomó la buena decisión de que todos los años se irían, un mes por lo menos, a Benidorm...
Ambos se sentían felices y relajados, disfrutando de ver crecer a su nieto. Y de vez en cuando, ella aún se encargaba en apañar unas buenas chuletas o unas migas en la barbacoa, para los amigos de su marido que venían a jugar al mus. Con el tiempo, acabaron por instalar, en lo alto del terreno, media docena de colmenas que les proporcionaba una deliciosa miel.



F I N.
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CARLOS RODRÍGUEZ-NAVIA


+Este relato se escribió y terminó en Marzo de 2003.
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