Fabulilla sobre depredadores... casi de compañía


LA ESCABECHINA COMPARTIDA




Cuando dos meses después, se iniciaron las obras del chalet, Don Pascual ya casi se había olvidado hasta de la figura de Rosa. Había realizado numerosas llamadas al estudio de Don Luis pero no había logrado nunca conectar directamente con él. El aparejador, en una ocasión, le comunicó que habían aparecido “impedimentos técnicos transitorios” y sin embargo un buen día a primeras horas de la mañana, se presentó en el pueblo con una furgoneta en la que venían cuatro personas más. Preguntaron por Don Pascual y le explicaron que iban a proceder a situar definitivamente la casa en el terreno. Acompañados por unos cuantos mirones del pueblo se fueron al terreno y empezaron a cavar estacas, poner cuerdas y pintar rayas con cal en el suelo. Finalmente, dejaron un cartel que ponía “Aquí construye SAPEL”. Acabada su misión, se fueron al Mesón Pascual y se quedaron a comer los cinco, diciéndole al final a Ciriaco que abriera una cuenta especial a partir de entonces, con motivo de la obra.

Dos días después, apareció una pequeña caravana de vehículos, entre los que iba un camión con una pequeña excavadora y una hormigonera. Otro camión grúa, portaba una caseta metálica, un grupo electrógeno, diversas herramientas y material y finalmente, un todo terreno con personal de la constructora. Ese fin de semana quedó todo montado en la obra y al ver tanta eficacia, Don Pascual se había creído, tal como el encargado de obra le aseguraba, de que aquello lo hacían en dos patadas y ya estaba convencido de que en poco tiempo tendría su casa.
Los primeros problemas surgieron con la cimentación, que estuvo parada más de un mes, a causa de los permisos para la adquisición de la dinamita, amén del papeleo y beneplácito de la Guardia Civil. Posteriormente al proceder a la voladura y a pesar de los avisos y de las precauciones tomadas, a causa de una imprevista fisura de las  rocas, parte de estas se desviaron a una casa cercana, destruyendo un corral, matando a 5 gallinas y 4 conejos, amén de la rotura de unos cuantos cristales y tejas, lo que le costó a Don Pascual un disgusto y un enfrentamiento con el intransigente y envidioso vecino además de pagar con exceso los desperfectos.


Por no atreverse a hacerlo antes, a los 10 meses también tuvo problemas con el contable de la empresa, para el cobro de las comidas de los obreros y los adheridos incontrolados, incluidas la fiesta de la puesta de bandera, puesto que habían consumido numerosos extras de comida, bebidas, tabaco y otros caprichos que excedían en más de 500.000 Pts. de lo concertado.
Don Pascual, todos los meses recibía de ese contable, unas certificaciones de obra que le parecían un galimatías, en las que estaban incluidos los honorarios del  arquitecto y del aparejador y que él pagaba sin protestar. Don Luis solamente visitó la obra en dos ocasiones, una de ellas a la puesta de bandera, con lo que no hubo casi momento propicio para expresarle sus quejas y la otra en visita fugaz, en un día, que casualmente, Ciriaco le había advertido que no estaba Don Pascual. El aparejador, estuvo también dos veces, pero como era hombre de escasas palabras, lo poco que le explicó a Don Pascual, lo había hecho enseñándole planos, estadillos y cifras incomprensibles, asegurando que todo iba por la vía normal y que el mal tiempo, las subidas de precios del mercado y algunas dificultades técnicas, habían ido alterando ligeramente los cálculos iniciales.
Realmente tardaron 14 meses más en terminar y los 42 millones de pesetas presupuestados se fueron “justificando” con diversos gastos imprevistos, llegando a pasar de los 50, pero en este periodo de tiempo, los sucesos acaecidos fueron minando la aparente cachaza de Don Pascual, hasta llegar a producirle una grave crisis nerviosa que le ocasionó una obsesión tal, que tuvo que abandonar sus obligaciones como alcalde pedáneo. Por recomendación médica, se pasó más de un mes junto con su Remedios, en Benidorm, en donde los primeros días padeció de un problema de piel a causa del sol, seguida de una afección digestiva que le produjo constantes diarreas. Por compensación, su mujer, alejada de perolas y sartenes por primera vez en su vida, disfrutó del ocio plenamente, adquirió un buen color y como no le gustaba la comida, disminuyó su peso, con lo que consiguió mejorar considerablemente su problema de varices. Don Pascual, una vez superadas sus indisposiciones y dejándose llevar por el ambiente, se hizo un adicto al Bingo por las noches y por el día se daba grandes paseos por la playa, lo que le proporcionó también un magnifico color de indio Cherokee, alegrando sus ojillos tras unas gafas de sol, con la contemplación de tantas Rosas y de la abundante exhibición de pechugas, ombligos y culos, logrando olvidarse casi por completo de su aborrecida obra.


Con unos cuantos kilos y pesetas menos regresaron al pueblo, al comunicarles que la obra estaba a punto de terminarse y también que la Martina, estaba preñada. Cuando al día siguiente de la llegada, Don Pascual con mi poca ilusión se acercó a la casa, al principio y desde lejos, le sorprendió agradablemente su aspecto, pero a medida que se iba acercando, la visión del entorno, le fue produciendo una serie creciente de sobresaltos, de manera que su morena cara, se fue tornando blanca de forma tal, que su yerno y el encargado creyendo que le iba a dar un pasmo le hicieron sentarse en una carretilla con sacos de yeso.
-  ¿Pero qué coño habéis hecho aquí...?. La madre que me parió... El terreno está lleno de hoyos, papeles, plásticos y pegotes de cemento... Me habéis jodido dos encinas... y el sauce... ¿cómo cojones habéis arrimado tanto la casa al sauce? Además... eso no es una poda, es un destrozo. Y el pozo... tiene el agua con espuma y huele a demonios...
El encargado, hombre acostumbrado a estas reacciones, le fue calmando, asegurándole que en 48 horas, se quedaba todo limpio y recogido y que se llevarían hasta la caseta. Su yerno, nervioso, le animaba a que viera la casa, que ya estaba terminada y limpia y que además le habían comprado una cama para su alcoba y un sofá con dos butacas para el salón. Decía que la Martina estaba como loca, de lo bonita que era y que todo el pueblo había pasado por allí...
-    Piense usted, suegro, lo felices que van a estar aquí, cuando el nieto vaya correteando por el jardín en lugar de andar en el bar... y las partidas de mus que se va a echar bajo el porche ese...
Cuando ya más calmado, Don Pascual paso a ver el interior de la casa, fue mirando todo con una actitud un tanto indiferente, sin hacer comentarios, viendo como su mujer y su hija, pasaban de una habitación a otra, alabando el tamaño, los armarios empotrados y sobre todo el baño principal anexo al dormitorio, con una bañera jacuzzi, lavabo con pedestal, grifos monomando, además de un espejo ahumado de más de dos metros. La cocina, que parecía un anuncio de Mister Propper, con azulejos y suelos superbrillantes era casi de mayor tamaño que la del mesón y el inmenso salón comedor, a un nivel más bajo que el resto de la casa, en un costado tenía un gran empanelado de madera barnizada, con vitrina, baldas, chimenea y una hornacina para el televisor.


Nada hizo cambiar el semblante de Don Pascual, ni siquiera el entusiasmo de su familia. El hombre sencillo y llanote se sentía avergonzado, desplazado, engañado y desilusionado. Al salir, solo hizo un comentario breve con un gesto despectivo.
– Esta es una mansión para un marqués, no para un rústico mesonero.
Una semana después, la empresa constructora limpió el terreno de escombros y restos, hicieron caminos y pasos con canto rodado y hasta dejaron cubierta de grama toda la parte ajardinada. El último día, volvieron camiones y furgonetas y retiraron herramientas, materiales, cartel y caseta de obra y a media mañana, aparecieron el aparejador y el contable con los certificados de terminación de la obra, algo avergonzados y justificando la ausencia de Don Luis, por motivo de un viaje inesperado, aunque ambos sabían que había sido por el temor a enfrentarse con Don Pascual. Este, en la encimera de la cocina, firmó el talón de los últimos gastos que le presentaron como finiquito y liquidación, con los ojos irritados del enojo y por las sucesivas oleadas de abono mezcladas con los de barnices y lacas.
-Todo se ha acabado ya, ¿no?, pues a partir de ahora... “a tomar pol culo”, borrón y cuenta nueva... y el que quiera comer en El Mesón Pascual, va a pagar hasta los palillos... ¿Entendido? Ea pues. ¡Con Dios!
Contable y aparejador, se miraron en silencio, cogieron el talón y los documentos y se dirigieron al automóvil sin volver la cabeza, con una cierta actitud de suficiencia para disimular el desplante sufrido. Ya dentro del auto, el arquitecto técnico pensó en hacerle un corte de manga a Don Pascual, pero pisó el acelerador a fondo, cuando vio que éste, pareciendo haberle adivinado su pensamiento, estaba muy cerca con un buen pedrusco en la mano.
Hasta pasada más de una semana, no empezaron a trasladar muebles y enseres a la nueva casa, aunque Doña Remedios y La Martina calladamente, había ido colocado algunas cortinas y cacharros de cocina. Cuando ya estaban viviendo de hecho, se fueron dando cuenta de que su mejoría de calidad de vida, era cada día más dudosa. Ya habían empezado los calores y, dada la extraña disposición de la casa, el porche no quitaba sol alguno, pues estaba orientado hacia el Nordeste. Por el contrario, las habitaciones, recibían todo el sol del mediodía y poniente y se convertían en un horno. El pozo seguía oliendo cada vez peor, sin recuperar su nivel y junto con la grama, produjo inmensas bandadas de mosquitos abrasadores. La zona alta de las rocas, se
había quedado convertida en gran parte en un pedregal, en donde no había manera de colocar establemente ni una silla. El desmochado sauce, tuvo que ser talado finalmente, porque su cercanía a la casa, impedía abrir las contraventanas de la habitación principal. El sistema de riego automático fue suprimido totalmente, pues su regulación resultaba muy complicada y el consumo de agua, era excesivo.
Don Pascual, acabó lavándose en el fregadero, porque no sabía manejar el grifo monomando y mucho menos la dichosa bañera, que acabó usándose para dejar la ropa de la colada, utilizando la ducha del otro aseo. En el largo salón, los dos escalones de desnivel, bien brillante y pulido, hicieron caer por dos veces a Doña Remedios. La última caída, llevando una bandeja con vasos, le produjo rotura de clavícula y varios cortes en sus delicadas piernas. La hortera y deslumbrante boiserie, con la televisión enmarcada, quedaba muy lejos del sofá y las vistas del porche eran hacia la casa del enemistado vecino.

Cuando vino el otoño, la primera vez que en una fría tarde intentaron encender la chimenea, agotaron cerillas y papel sin poder lograrlo, hasta que se dieron cuenta de que el tiro vertical estaba prácticamente taponado. Dos días después y una vez desatascado el conducto, prendieron al fin papeles y astillas y después colocaron un buen tronco de encina, que fue calentando gradualmente el ambiente. Pero bien, por un brusco cambio del viento o por algunos residuos de barniz pegados al tronco, poco después empezaron a salir intermitentes lengüetadas de fuego y a rebufar humo en gran cantidad hacia el interior de la casa, terminando por abrir todas las ventanas, con los ojos hinchados, después de haber echado apresuradamente dos jarras de agua sobre el fuego, que ya había quemado una parte de la madera, de la parte superior de la chimenea. Los radiadores de la calefacción, si bien resultaban óptimos en las habitaciones, en el salón, dado su volumen, eran prácticamente insuficientes, por lo que Don Pascual, acabó por comprar un par de estufas de butano con ruedas, para no quedarse momificados.




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