Fabulilla sobre depredadores... casi de compañía.
En
este
país nuestro, la picaresca, ha sido un hecho social tan autentico y veraz, que aparte de proporcionarnos una
hermosa y larga serie de narraciones literarias, imprimió en gran parte una impronta en nuestro carácter, desde la Edad Media hasta nuestros días, adaptándose totalmente a las circunstancias del momento, tanto en épocas de escasez como en las de bonanza,
con la diferencia substancial de que las desigualdades sociales
que existían en tiempos pasados, hoy afortunadamente superadas mayoritariamente, eran entonces
prácticamente insalvables y el uso de artimañas y
engaños, que solía ser personal
y directo,
era para muchos, la única manera de sobrevivir.
Pero actualmente, el mayor
tipo
de
pícaros,
timadores y engañadores esta encubierto en sociedades inmobiliarias, empresas, oficinas y establecimientos, arropados por licencias, nombres comerciales, títulos
y patentes, e incluso asesorados por grandes
bufetes de abogados, en donde su
trapicheo, sus ofertas y transacciones quedan perfectamente camufladas entre el honrado y normal ambiente comercial de lo que hoy se entiende por libre mercado.
El pícaro actual, mucho más temible, puede ser hasta un personaje conocido, admirado y titulado que puede actuar solo, pero también en asociación o combinación con otros actores que apoyen su actuación, formando parte todo, del gran teatro
del mundo moderno. Sus operaciones y negocios, ya no son para conseguir unos mínimos de disimulada supervivencia entre los demás, causando solo el enojo de los engañados, sino
más bien para epatar y deslumbrar aún más, su
ostentosa manera de vivir sobre
los
demás, y además conseguir ser generalmente envidiado, por los
no perjudicados.
En estos tiempos, raro es el año que no
sale a la luz alguna entidad o personaje que se han valido de métodos araneros para apropiarse y desviar grandes cantidades de dinero
y que a pesar
de ser
procesados juzgados y algunas veces encarcelados, en general son envidiados, idolatrados y hasta se les ha podido ver, formando parte en tertulias y coloquios televisados
más o menos
frívolos, argumentando sus peripecias con un cinismo arrogante, sin la menor consideración con los
perjudicados, que prácticamente nunca gozan de las mismas posibilidades de expresión pública.
En casi todos los
casos,
sin eufemismos y en verdadera justicia, el antaño
llamado pícaro, hoy día es realmente un delincuente.
****************
EL CORDERO PROPICIO
Cerrillo del Pinar es una pequeña
aldea serrana de alrededor de unos 350 habitantes, situada al Norte de Madrid y
que el penúltimo año del pasado siglo XX, tuvo un efímero desarrollo
publicitario a raíz de haberle tocado el primer premio de una Primitiva, al alcalde pedáneo, a la sazón Don Pascual
Cejón, de 55 años, casado y con una sola hija. Era un honrado y noble
castellano, tripudo, bonachón, sagaz jugador de mus y propietario de la
solitaria y modesta taberna y que aparte de otro pequeño local que vendía un
poco de casi todo, eran los dos únicos comercios del lugar.
Don Pascual, constante repetidor
de las cifras de su DNI y el de su señora, Doña Remedios, divididas
convenientemente en unidades y decenas, había acertado con la combinación que
le proporcionó más de 125 millones de pesetas.
El buen hombre, soportó como pudo
durante un par de días, la avalancha de vecinos y curiosos que le felicitaron y
adularon, aparte de unos cuantos reporteros de radio y televisión, que
acudieron y descubrieron esta ignota aldea, en busca de las noticias, anécdotas
y comentarios repetitivos, poniéndose hasta el culo de la comida y bebida que
el paciente Don Pascual prodigó gratuitamente entre apretones, sonrisa y
collejas discretas, repitiendo hasta su límite, por imperativos de la prensa,
la clásica estampa de verter hacia el público el agitado contenido espumoso de
las tres botellas de El Gaitero que había en la tasca, mientras su fiel
Remedios y la Martina, con blancos y flamantes delantales festonados, salían
cada poco de la cocina, con fuentes de jamón, queso, chorizo y torreznos.
Pasada la publicidad, la euforia y
el tiempo, tras un periodo de rumiar ideas, empleando solo una pequeña parte de
ese dinero, amplió el modesto bar, aprovechando el espacio de las antiguas
cuadras, convirtiéndolo en el Mesón-Asador Pascual y posteriormente, con una
noble y doble intención, contrató al Ciriaco, novio de su hija, que hacía ya
dos años largos que trabajaba como camarero en Madrid haciendo sus ahorros para
casarse con la Martina, a quien iba casi todas las semanas a ver al pueblo y de
paso a pegarse unos revolcones.
Acabada la instalación del mesón,
casados el Ciriaco y la Martina sin mucha pompa ni derroche y al regreso de su
viaje de novios por Madrid y Mallorca, se encontraron con dos habitaciones arregladas en la misma casa de Don
Pascual, encima del negocio, formando una
sociedad familiar, en la cual la Martina pasaba a los fogones, ayudando y
colaborando con Doña Remedios, Ciriaco, junto con un pinche, seguía como
camarero y Don Pascual, seguía tras de la barra, a cargo de la caja, haciendo
café y sirviendo las bebidas, solo los sábados y domingos, que era cuando
solían venir los madrileños y prácticamente llenaban el flamante
establecimiento.
Don Luis Ignacio Pernada,
arquitecto por aburrimiento, tras largos años de estudios compaginados con
juergas y francachelas, le había echado un calculador ojo a Dª Mercedes de la
Pradera, aspirante y casi desesperada dama, bastante ajada, adinerada y alhajada,
perteneciente a la medio alta sociedad de entonces, bien encajada entre el
Movimiento y la Iglesia y que tenía parecidos antojos y bastantes contactos con
la hija de la Señora de El Pardo. La casi cuarentona y poco agraciada vacante,
hija de un avispado, conocido y protegido estraperlista de altos vuelos, le
había sido presentada por el Conde de Malatorre, arruinado noble que mantenía
su estómago, clase y escudo de armas, gracias a su más que hipotecada finca,
abundante en ciervos y venados, organizando monterías para los políticos,
trepadores y nuevos ricos del sistema y en donde a la vez que de hacer de
vanidoso anfitrión, ejercía como sablista, comisionista, alcahuete y
coordinador de amistades interesadas.
Don Luis Ignacio Pernada,
depredador social por afición, calculo y necesidad, con su lustrosa presencia,
su título y gatería, hizo elevar el bajo porcentaje de humedad de Dª Mercedes,
quien tras unos pocos meses de tanteos, tonteos y hábiles acosos, durante una
noche tumultuosa en el Parador de Gredos, seducida por las promesas de
matrimonio y pletórica de una embelesada papalina de Codorniu, perdió la flor,
dejándose cabalgar a galope perdido, por aquel babeante y fogoso caballero, que
parecía había dado vida a su marchito cáliz .
En 1965, contrajeron matrimonio
canónigo en la Iglesia de los Jerónimos, con asistencia de prestigiosos
testigos e invitados, la consiguiente celebración en el Ritz y el viaje de
novios a la isla de Corfú.
Ya de regreso, fijaron su
residencia en un magnífico piso del Paseo de Rosales, con una impresionante
panorámica hacia la sierra y el Parque del Oeste a sus pies. Don Luis, esta vez
legítimamente y haciendo honor a su apellido, había cubierto debidamente y en
contadas ocasiones a su ansiosa esposa, hasta hacerle prender un hijo, casi a
las puertas de la menopausia. Doña Mercedes, nueve meses después, dio a luz un
hermoso varón, de pelo rubio y cuello largo, al que impusieron el nombre de
Juan Luis , con lo que ella logró completar su condición de mujer y su marido
satisfacer el ego machista, además de que desde entonces, pudo justificar el
progresivo distanciamiento de su cónyuge, muy ocupada y preocupada por sus dolores
de cabeza, engordes, sofocos
y las visitas constantes a médicos, psicólogos y gimnasios, aparte de los
recorridos por la calle de Serrano en busca de la reposición de su vestuario y
el de su creciente retoño.
Con el paso de los años y
continuando con la resignada actitud de sometida mujer española, ella continuó
moviéndose mayormente entre otras conformadas damas, (señoras de señores con
Mercedes del PMM con cortiníllas) organizando partidas de bridge para conseguir
ropa usada para los pobres de Canillejas, presidiendo mesas petitorias en la
fiesta de la Banderita y obteniendo los mejores palcos en el Teatro Calderón,
cuando año tras año Doña Carmen presidía un adobado espectáculo folklórico, con
la noble intención de acabar con el chabolismo mas cercano.
A su vez, Don Luis Ignacio, por
medio de las nuevas amistades adheridas, consiguió el puesto de Consejero
Delegado y Asesor Técnico en una gran empresa constructora que estaba
compitiendo con otras, en importantes y eternas obras públicas, a base de
codazos y zancadillas, con calculadas y toleradas dilaciones en los pagos a la
Hacienda y la Seguridad Social y mediante sobornos y comisiones a topos de
ministerio, que filtraban las ofertas de los proyectos más jugosos. En unos
pocos años, se hizo con un potente y respetable patrimonio y mantuvo por
conveniencia social su débil e irresponsable matrimonio, sin pretensiones
políticas ni populares, muy bien camuflado entre aquella sociedad poderosa de
los que no se movían mucho dentro del Movimiento y no se despegaban demasiado
de la progresía, manteniendo hábilmente la doble moral y el ambiguo cumplimiento.
Con el paso del tiempo y tras
fallecer el Gran Timonel, que ya tenía bastante anquilosadas las falanges de su
férrea mano, con las ratas del barco que se hundía buscando nuevas despensas y
con la posterior venida de la democracia, la
empresa fue disminuyendo su fama y patrimonio, acabando por deshacerse
en España pero creando una especia de filial semejante, en el Chile de
Pinochet. Los tiempos y la competencia
joven, habían ido bajando las categorías de muchos técnicos que no habían sido
mas que profesionales del abuso y la marrullería mercantil.
Don Luis, ya sesentón, montó
entonces un pequeño pero lujoso estudio en la Calle de Orense, con poco
personal y se defendía a base de atrapar todos los proyectos que podía,
sacándoles el jugo al máximo a sus clientes, con antiguos y nuevos sistemas de
captación y engaño.
Como colaboradores fieles y
ambiciosos, solamente contaba con José Manuel, arquitecto técnico adoptado
paternalmente tras haber sido expedientado por prevaricación y cohecho como
funcionario de la Gerencia de Urbanismo; Pepe Moreno, delineante que trabaja
por las mañanas en el Ayuntamiento y de secretaria particular, tenía a Rosa,
llamativa joven con un cuerpo esbelto que lograba introducir en una siempre escasa
y precisa vestimenta. Sus
habilidades administrativas no eran
muy brillantes pero su papel de mantener las relaciones externas
e internas de Don Luis lo ejercía con bastante discreción, al tiempo que le
permitió ir asimilando unos conocimientos sociales muy apreciables.
EL CORDERO, EL LOBO Y LA RAPOSA
LUSTROSA
Un sábado cualquiera de primavera,
poco más o menos a los dos meses de la terminación del Mesón-Asador Pascual,
Don Luis Pernada, aparcó su todo terreno en la
pequeña placita de Cerrillo del Pinar, en la que había unos cuantos automóviles
frente al mesón. Del otro lado del coche se bajó una bella joven, delgada. con
zapatos de tacón alto, ajustado jersey de escote redondo y enfundada en unos
pantalones vaqueros. Llevaba al brazo una chaquetilla de cuero y se estaba
quitando unas enormes gafas de sol. Con pasitos cortos y rápidos, se puso al
lado de él y se enganchó en su brazo, mientras miraba cuidadosamente hacia el
empedrado del suelo, pisando con cierta inseguridad.
Penetraron en el interior del mesón,
echando una mirada en su entorno, como buscando una mesa. Casi inmediatamente,
del fondo, junto a la barra, apareció Ciriaco, muy sonriente y haciendo unas
pequeñas inclinaciones de cabeza.
- Caramba, Don Luis. Ya me
creía yo que no iba a venir por aquí. Me alegro mucho de verle. Pasen, pasen
por aquí que les voy a buscar una mesa. Si llegan a venir un poco más tarde ya
no encuentran sitio... claro que ya me ocuparía yo de encontrarle un espacio.
Ahora les acomodo un lugar para estar más tranquilos.
Siguieron a
Ciriaco, a través de unas cuantas mesas, llenas de madrileños domingueros en
mangas de camisa y atuendos vaqueros dando rienda suelta a copiosos comidas,
entre risotadas y fuertes voces. Casi al final del comedor, había una mesa de
dos plazas con su servicio puesto, a la que quitó el cartel de reservado-
Siéntense aquí, por favor
-
Bueno, bueno. Parece que esto va muy bien. Nos ha costado un poco de
trabajo encontrar la desviación al pueblo, pero hemos llegado. Ya te prometí,
cuando te marchaste de Madrid que vendría y aquí estoy..., bueno estamos. Aquí
me acompaña mi... secretaria, Rosa, y aunque no lo parezca, hoy es un día de
trabajo. Rosa, este es Ciriaco, del que te hablé hace un rato.
- Mucho
gusto.- Dijo Rosa, haciendo un leve gesto con las cejas y mirando un poco
despectivamente a las manos de Ciriaco.
- Igualmente, seño...rita-
dijo Ciriaco un poco avergonzado, ocultando las manos tras la espalda
y echándole una giratoria ojeada
al tetamen de Rosa...- Vayan pensando lo que van a comer,
mientras les pongo unos aperitivos... supongo que Ud. Don Luis, como siempre a
esta hora, se tomará su Rioja., ¿y la señorita?.
-
Yo me tomaré una ginebra con tónica.
-
No le hagas caso Ciriaco. Tráele otro Rioja, bian chambree.
Mientras se
retiraba Ciriaco, Don Luis moviendo la cabeza le dijo a su acompañante:
- No vas a aprender nunca
Rosa.. No me seas vulgar... Deberías de saber ya, que no es de buen tono tomar
bebidas fuertes antes de comer... Además sería un pecado tomar ginebra, con el
jamón que nos van a poner... que ya lo he visto al pasar..,
-Vale Luis, ya sé que soy un poco
chabacana para ti, menos cuando tengo que complacer tus guarradas en la cama...
Y este Ciriaco ¿es quien dices que era un buen barman en el Pub que hay debajo
de tu casa? Pues tiene pinta de paleto. ¿Te has fijado en sus manos?
-
Sí, ya. Se nota que aquí trabaja más duro, y que cuida algo menos su
aspecto, pero... esto es más típico, más auténtico y está todo bastante limpio.
Es un buen hombre... y muy discreto.
En ese momento, regresaba Ciriaco
con una bandeja en la que se veían diversos platillos, una botella y un par de
vasos Quitó los vasos de agua y fue colocando los diversos aperitivos en la
mesa. Después, enseño la botella a Don Luis, que hizo un gesto de aprobación, mientras se metía en
la boca una lengüeta de jamón.
-¿Les parece bien, de momento?-
Después, para comer, tenemos nuestra especialidad en las chuletas y la pierna
de cordero. También hay cochinillo, conejo y...
-
¿Tienen Uds. langostinos o algo de pescado?
-
Por supuesto, señorita, pero... en confianza.- dijo bajando un poco la
voz y más aún la mirada hacia la oronda pechera. - menos las carnes y verduras,
lo demás es congelado. Comprenda Ud. que aquí, entre semana no es normal que
nadie pida pescado... pues incluso las personas que mantienen un régimen o no
quieren engordar, se conceden un día de darle al gusto. De todas maneras,
también le podemos hacer una tortilla de setas, espárragos, etc... Se lo van pensando. Buen provecho...
-
Que puñetera manía tenéis ahora las mujeres con el dichoso engorde. Tú
come lo que quieras, pero no me pierdas ese buen par de tetas, porque te dejo
plantada. – intervino Don Luis, haciendo hacia ella como una especie de
empujoncito con el cuerpo.
- ¿Y eso no es
una vulgaridad y además una insolencia? Aunque no me sorprende nada de los
hombres., para quien las mujeres no somos más que eso...
-
Tú, disfruta de lo que se te ofrece y no te quejes, pues no te va mal
la vida, comparando con tu puesto en el banco, delante del ordenador y estirando
tu sueldo como podías
Acabaron con los aperitivos y
después siguieron con los platos que les fue sugiriendo el propio Ciriaco,
teniendo en cuenta los distintos gustos de ambos comensales. Una vez acabada la
comida Don Luis, encendiendo un cigarro, pidió le trajera la cuenta y le
felicitó por su calidad y su buen servicio, halagos que su compañera también
prodigó, tras un discreto codazo.
Al poco tiempo, volvió Ciriaco,
acompañado por un señor, entrado en años, camisa blanca y chaleco, buen color de
piel y cara simpática. Con un ligero carraspeo dijo: - Perdonen. Les voy a
presentar a mi suegro, Don Pascual. Este es Don Luis y su secretaria la
señorita Rosa. Mi suegro me ha dicho que están ustedes invitados por la
casa..-. Don Pascual hizo como una especie de inclinación de cabeza, sin
atreverse a dar la mano.
-
Caramba Don Pascual, mucho gusto y muchas gracias.- dijo Don Luis,
alargando la suya.- No debía de aceptar esta invitación, pero no quiero que lo
tomen a mal. Siéntese aquí con nosotros y tómese una copita, que esta la pago yo.-
-
Con permiso.- dijo, sentándose algo torpemente en una de las silla a un
lado de los comensales.- En cuando mi yerno me dijo que estaba Ud. aquí ya le
advertí que no se le ocurriera cobrar, al menos esta primera vez, que espero se
repita pronto.- hablaba algo entrecortado, no atreviéndose a mirar casi a la
compañera de Don Luis.
-
Ha hecho Ud. una buena adquisición con su yerno. Es un magnifico
profesional y muy buena persona... y aquí tienen montado un buen negocio, muy simpático
y sobre todo, de gran calidad. Es una pena que no disponga Ud. también de un
hostal, un pequeño hotel, con unas pocas habitaciones, que ahora están muy de
moda y que se llenan siempre, sobre todo los fines de semana.
-
Pues de verdad que últimamente lo estaba pensando, pero lo cierto es
que me echao patrás, porque también hay mucho golfo por ahí, que viene a estos
sitios, solo para... ya me entiende Ud., y no quiero que esto tengo otra fama,
mas que la del buen comer. Y el que quiera juerga... ya sabe, carretera y manta.
-Tiene Ud. mucha razón Don
Pascual. Cada cosa en su sitio y en su momento, Pues como le digo... aquí se ve
que se gastó un pastón, pues es una buena construcción, tiene unos buenos muros
y muy buenas condiciones para ampliarlo.
En ese momento, apareció Ciriaco
con unas botellas y copas. Le sirvió a Don Luis primero un buen cognac francés,
le puso una copita de anís a su suegro y de otra botella, le sirvió a Rosa, un
licor de color oscuro.
- Verá Ud. señorita Rosa, como
le gusta este licor de bellotas.
Ella hizo un gesto indefinido,
subiendo los hombros- Si no le gusta, le servimos otra cosa.- terció Don
Pascual. y volviéndose hacia Don Luis, continuó.
-
Pues lo cierto, es que no me gasté tanto como parece. La casa, ya
existía de antes y esto es parte de las cuadras... y la obra, la llevé bien
ajustada con uno de aquí mismo...pero aún me queda un buen lote de “lechugas”
en el banco.
-
Pues no las deje ahí, Pascual... ya sabe que el dinero en los bancos no
produce. Hay qu e invertir, comprar y sobre todo construir, que eso vale cada
día más...
-
Eso ya lo sé bien, nos ha jodío. Como que también Ud. barre para
dentro, pero... el caso es ahora al pronto, se me ha venido a la mente que...
pues verá: mi señora, que está ahí en la cocina, ya no es una niña, trabaja
mucho y de estar tanto de pié, se ha resentido de las varices... y ya va siendo
hora de que se retire, al menos en parte, de tanto trajinar. Por otra parte, el
Ciriaco y mi hija, debieran ya de tener casa propia y espero que cuanto antes,
tengan uno o dos hijos. Como el negocio marcha bien, podemos contratar una
chica del mismo pueblo, para ayudar en la cocina, pues la Martina ya sabe
guisar muy bien y además la Remedios, seguirá echando una mano, pero más
descansada. Y a lo que voy: como tengo un terrenejo aquí cerca, se me ha
ocurrido que, podía levantar una casita, un chalé de esos, y así mi hija se
quedara a vivir encima del negocio, solos, como deben de estar los matrimonios...
-
Y estaba usted pensando en mí, para que le hiciera un proyecto. -
anticipó estratégicamente Don Luis, olisqueando ya un posible negocio.
-
Pues la verdad es que sí. Ha sido muy oportuna su
visita, pues si no es por su presencia, no se me hubiera ocurrido. El Ciriaco
me dijo que era Ud. un arquitecto muy afamado y ya que...
-
Ni una palabra más, amigo Pascual. Ha tenido Ud. una buena idea. A los
jóvenes, hay que dejarles que se abran camino y darles una buena oportunidad.
No se preocupe que yo le haré una casita, que va a ser la admiración de todo el concejo.
-
No, si tampoco quiero una gran cosa. Me da un poco de apuro, el que
Ud., tan ocupado y tan importante, pueda perder el tiempo en una pequeñez... Yo
y mi señora, al fin y al cabo, no queremos mas que una pequeña casa, con un par
de alcobas, el baño, una buena cocina y la sala de estar, y como el terreno
tampoco es demasiado grande, no es cosa de agobiar y no lo digo por el dinero,
que creo me alcanza de sobra, pero es que no quisiera tampoco que le fuera un
trastorno en su trabajo.
-
No se preocupe que para eso estamos. – Dijo Don Luis, dando una
palmadita paternal en el hombro de Don Pascual,
dirigiéndose después a Rosa, que estaba muy callada fumando cigarrillo tras cigarrillo.- Rosa. ¿Nos queda,
por casualidad, alguna hoja de encargo?
Ella, hizo como que lo pensaba un
par de segundos, aplastó el cigarrillo y poniendo cara de importancia,
contestó:- Ah, sí, Don Luis. Creo casi seguro que en la cartera que tiene en el
coche, hay alguna, todavía. Si me deja las llaves, voy ahora mismo a mirar.
-
No se moleste, señorita. Tampoco es puñalada de pícaro. La verdad, es
que la idea se me ha ocurrido casi al pronto y aún no sabe nada mi señora,
aunque hace un par de días, aun hablamos algo de que fuera dejando el
trabajo..., que ella no es tan joven y tan buena moza como Ud. – intervino Don
Pascual, aprovechando para echar un generoso y pausado vistazo a las pechugas
de Rosa.
-
Pues cuanto antes lo haga, mejor para la pobrecita. Usted, que se ve...
que tiene buen ojo para las mujeres, ya sabe que nos gusta que nos traten con
mimo, como a los ga titos. Bien calentito, descansando juntitos al lado de la chimenea... - le contestó Rosa, haciendo
un movimiento mimoso con los hombros encogidos y marcando bien el canalillo.
-
Bueno, si claro- balbuceó el hombre, un tanto abochornado, desviando su
delatora mirada hacia Don Luis, que asentía complacido, con la cabeza. – Pues,
ha acertado aquí, la señorita con lo de... la chimenea.... Sí que me gustaría
una buena chimenea de piedra... que con la leña que hay por aquí, me haría un
buen avío.
- ¿Y qué tal es el terreno?
Convendría verlo, antes de hacer unos monos.
-
Pues si quieren ustedes, podemos ir ahora mismo, que
todavía hay buena luz. Está muy cerca, a menos de cinco minutos.
Apuraron las copas
y se pusieron en pié. Rosa, con cierto tambaleo, dijo que necesitaba ir antes
al aseo, indicándole Don Pascual la puerta de los servicios.
-
Vaya Ud. tranquila señorita, que aquí los servicios
están como los de un quirófano y fíjese de
paso en el alicatado, que es ese de
los anuncios de la china en la tele.
Mientras se retiraban entre las
mesas, Don Pascual saludó a algunos clientes, dándoles las gracias por sus
elogios. Casi todos estaban ya consumiendo copas de licor y flotaba una mezcla
de olor a cigarrillos, puro, sudor y brasa quemada. Cuando apareció Rosa,
recién maquillada y aliviada, seguida por unas cuantas miradas vidriosas, ambos
ya estaban esperando junto a la puerta.
Salieron los tres al exterior,
esta vez Rosa discretamente separada de Don Luis, respirando complacida el
suave y limpio aire de la tarde serrana, con algunas nubes rosáceas y un fuerte
olor a pino fresco.
-
Pues hemos comido muy bien, cómodos y amablemente atendidos, Don
Pascual. Tiene aquí un bonito negocio y tranquilo... y es un acierto el tener
apagada la televisión a la hora de comer.
-
Pues, si es verdad. Solamente entre semana, que no hay muchas comidas y
suele haber partidas de mus, la tenemos por aquello de dar un poco de
ambiente... claro que cuando hay fútbol, es obligado porque hay muchos clientes
que prefieren verlo aquí mejor que en su casa, por los comentarios y las
copas.- Bueno qué, ¿nos vamos al terreno?.
- ¿Está muy lejos de aquí?
- ¡ Quiá ¡ Esta ahí mismo, a
dos pasos, calle arriba.
- Don Luis... Si no les
importa me quedo en el coche esperando... es por los tacones.
-
Como quieras, Rosa. Ten las llaves y échate una cabezada. A mi me viene
muy bien el caminar un poco y bajar la digestión. No atiendas ninguna llamada
del teléfono.
Rosa se dirigió
hacia el automóvil, mientras Don Pascual y Don Luis, se fueron calle arriba,
haciendo los comentarios clásicos sobre la diferencia de la vida de en el campo
con la ciudad, la tranquilidad, el buen comer, el aire...
-
Pero no se crea Don Luis que esto es tan llevadero, sobre todo en el
invierno, que aquí hay un frío del carajo y viene mucha menos gente... además
aquí... de diversiones nada y que tampoco se ven mujeres como la señorita Rosa,
que eso... alegra siempre la pupila... ¡ Digo ¡
-
Hombre, Don Pascual, ya se sabe que hay ciertas cosas que no se pueden
comparar, pero aquí se disfruta de la familia y la paz con un trabajo tranquilo
y bien hecho, como Dios manda.
-
Eso si es verdad, Don Luis.... aquí no hay los peligros de la capital y
nadie le pone los cuernos a nadie, aunque alguna envidieja, no falta tampoco,
pues siempre hay alguna turista de esas que parece van pidiendo guerra, que le
ponen la sangre caliente a los mozos...y a los
maduros.
Curiosamente, ambos parecían
presentar unas personalidades bastante distintas de las suyas propias. Uno se
hacía el puritano y el otro parecía buscar la picardía. Al poco rato, Don
Pascual se paró y señaló hacia un lado.
-
Ahí lo tiene Don Luis. Ese terreno, la compró mi padre, hará como unos
40 años. Después plantó el sauce ese, cuando le nació el primer nieto, abrió un
pozo y nunca lo dedicó a nada, más que al pastoreo de algunas ovejas un par de
veces al año, para mantener la hierba. Hace unos pocos años, hice el
cerramiento, para evitar que me acamparan los excursionistas, que lo dejaban lleno de mierda. Como verá hay un risco de pedrolos casi
en todo lo alto, que más vale no tocar y que es bueno para el verano. Y yo creo
que la entrada a la casa y al garaje podría venir por la parte esta baja, por
aquello de la pendiente... Ah... y me gustaría poder ver el sauce, a ser
posible desde el sillón de la sala.
-
Es un buen lugar y parece un terreno bueno.- dijo Don
Luis, hincando los tacones en el suelo un par de veces y sacando una pequeña agenda con bolígrafo de su chaquetón.
-
Parece que tiene como unos 6.000 metros cuadrados, diría yo....
pendiente suave hacia el Norte, más o menos y una buena cerca, con esos pinos
al otro lado. Bien, yo tomo nota de momento para iniciar el anteproyecto,
mientras mi topógrafo me hace el levantamiento definitivo del terreno con sus
cotas y su situación.
-
Oiga Don Luis, si le hace falta un adelanto para los gastos iniciales,
me lo dice ya y ahora mismo
le hago un talón por lo que Ud. quiera.
-
Por Favor, Don Pascual, estamos entre caballeros. Ahora no hay mas que
hablar, salvo el que firme luego, antes de marcharme, la hoja de encargo, que
es uno de los trámites necesarios por parte del Colegio de Arquitectos. Luego
ya vendrán los papeleos de gestión, permisos municipales, licencias, sondeo,
etc. que eso si se lleva unos cuantos billetes. Fíjese Ud., que esos al final,
ganan mas que uno... que se lo digo yo, amigo Pascual.- dijo paternalmente Don
Luis, dándole de nuevo unas palmaditas en la espalda e iniciando el retorno.
Por el camino, Don Pascual,
comentaba que él podía encargarse de algunos trámites municipales, en razón de
su cargo, argumentándole Don Luis, que todo eso, sería cuestión suya y de una
agencia de su confianza, quien abreviaría con más rapidez todo el proceso.
Cuando llegaron junto al
todo-terreno, Rosa estaba ligeramente reclinada hacia atrás en el asiento,
fumando y escuchando una música rockera. Apagó el cigarrillo, bajó el volumen
de la radio y se apeó del auto con una carpeta de cuero y un bolígrafo en la mano.
-
Que pronto han venido. Aquí tiene la hoja de contrato Don Luis.- dijo,
presentado la carpeta abierta.
- Tómale tu misma los datos a
Don Pascual y que firme luego.
Rosa, fue
preguntándole pausadamente nombre completo, dirección, documento de identidad,
cuenta corriente, etc. escribiendo sus respuestas, con cierta dificultad,
apoyando la carpeta en el capó. Terminado el breve interrogatorio, se volvió
hacia él con una sonrisa y le pasó el bolígrafo.
-
Firme Ud. aquí abajo y a la vuelta. Del resto, ya no encargamos
nosotros de rellenarlo. – le dijo cuando Don Pascual se agachó ante la carpeta,
al tiempo que le clavaba uno de sus prietos senos por detrás.
Don Pascual,
nervioso, sofocado y resoplando, plantó su firma en los lugares que Rosa le iba
señalando, mientras sentía el calorcillo, la presión y su respiración en su
espalda, junto con un
excitante perfume.
-
Pues muy bien, amigo Pascual, - remató Don Luis, volviendo a darle la
mano con la consiguiente palmadita en el hombro. - Ya verá que satisfecho se va
a quedar con la casa, que además será la joya del pueblo. Despídame de Ciriaco,
pues se nos ha hecho un poco tarde... y ya no veremos con frecuencia, en cuanto
empecemos a subir obra. Tenga, le dejo una tarjeta mía, por si se le ocurre algo.
-
Ya sabe donde nos tiene, Don Luis y lo mismo le digo a usted señorita
Rosa... y le insisto, en cuanto necesite del dinero, me lo dice con toda
confianza, que no vamos a tener problema -. Fanfarroneó Don Pascual, volviendo
echarle una tierna mirada a la secretaria, que ya estaba entrando en el automóvil.
Don Luis, después de quitarse la
zamarra, se sentó y puso en marcha el motor, que soltó una apestosa humareda de
gasoil. Rosa, con la ventanilla abierta, saludó con la mano y dijo: - Muchas
gracias, Don Pascual. Ha sido muy atento y toda ha estado muy bien.
- Usted si que está...ejem, Es
usted es la que ha sido muy amable. Adiós.
Cuando el automóvil se fue
alejando, después de haber manejado la palanca de cambio varias veces, Don
Luis, posó su mano sobre los muslos de ella, dándole suaves toquecillos.
-
Al final has estado muy hábil Rosi, muy hábil... y hasta has puesto
cachondo perdido al bueno de Pascual, que se
ha quedado con las ganas de pegarte un buen pellizco...como el que le
vamos a pegar a él...
El pueblo se fue
quedando atrás y el automóvil se dirigía hacia un poniente rojizo, con retazos
violáceos y amarillos perseguidos por un manto oscuro. El pícaro, también había
cubierto el
objetivo.
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