Evocaciones de una aldea nunca perdida




Dos mejor que uno


           Una aturbonada tarde de Agosto de 1955, me acerqué a EL Parador, para esperar la llegada del autobús en el que venía un tío mío desde Gijón y allí me encontré con Don Valeriano y Ségis, que estaban sentados uno junto al otro en el banco, frente a las acacias.
Este cura, el estar en ruinas la casa  rectoral, vivía en una  habitación de la parte alta de la casa de María. En aquel tiempo era bastante joven, menudo, de habla suave y mirada profunda y se preocupaba mucho de los niños, de su formación y ocio y en una ocasión los llevó a Madrid a ver museos, el zoológico y todo lo que pudo con sus escasos medios y también estuvieron en la casa de mis padres, en donde alguno de ellos vio por primera vez la televisión.
Saludé a los dos y empezamos a conversar sobre mi trabajo, la familia, de Madrid y de mil cosas más o menos tontas, hasta que se fue entrando poco a poco en materia religiosa, hábilmente introducida por él, pero al cabo de un rato y por no tener mucho que decir, le pregunté con cierta idea de provocarlo:
- ¿ Cuando les van a dejar a ustedes que puedan ir sin sotana, como todos los demás hombres? .
Él, con esa mirada suya tan característica, me contestó, suavemente:     -
-¿  Y qué tiene de malo la sotana?.  Es como si fuera nuestro uniforme además de ser un símbolo externo de humildad y  dedicación.

Yo no supe qué contestarle, pero Segis, temible viejo coñon, pícaro y verderón, que extrañamente llevaba un rato sin intervenir en la conversación mirando al cielo disimuladamente, se volvió hacia el cura pasándose la colilla de un lado a otro de los labios y al tiempo que daba con el bastón en el suelo, con voz algo carrasposa le espetó:
- ¿ Y a ustedes, cuando coño les van a permitir que se puedan casar?.
Don Valeriano, sin censurarle el taco y muy sereno, como si ya esperara la pregunta, le respondió:
- Ya sabe usted Segisfredo, que hay una vieja máxima que dice. “El buey solo, bien se lame”. Por algo será....
Entonces Segis, apoyándose en el bastón, se puso de pié y mirándole con los ojos casi cerrados a través de aquellas gafas pequeñinas, remató:
.- -     - Pero no me puede negar usted,  que es  mejor lamerse el uno al otro.
Después, volvió la espalda, carraspeó un poco, echó un gargaxu al suelo y se alejó tranquilamente ayudado por su bastón y juraría que iba echando una risita burlona, mientras quedaba Don Valeriano más colorado que las amapolas.
La llegada del ALSA, me ayudó a no soltar la carcajada






Dejo para el final la narración de unas bromas, porque verdaderamente no me siento muy orgulloso de haber participado en ellas y las llamo diabluras, porque si bien ocurrieron en otra época, de cualquier manera fueron una  falta  de respeto hacia personas que no se lo merecían y que como acciones de juventud pueden ser comprensibles pero no justificables.
En bastantes ocasiones habíamos colaborado con chavales de Riberas en travesuras menores, como tirar avellanas y nueces por la carretera, para que reventaran y saltaran cuando pasara un coche. Alguna vez, en las romerías metimos esgolancios en la rebeca de las mozas y en otra ocasión, llegamos a soltar algunos grillos en la iglesia, a la hora del rosario.



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