Evocaciones de una aldea nunca perdida
Dos mejor que uno
Este cura, el
estar en ruinas la casa rectoral, vivía
en una habitación de la parte alta de la
casa de María. En aquel tiempo era bastante joven, menudo, de habla suave y
mirada profunda y se preocupaba mucho de los niños, de su formación y ocio y en
una ocasión los llevó a Madrid a ver museos, el zoológico y todo lo que pudo
con sus escasos medios y también estuvieron en la casa de mis padres, en donde
alguno de ellos vio por primera vez la televisión.
Saludé a los
dos y empezamos a conversar sobre mi trabajo, la familia, de Madrid y de mil
cosas más o menos tontas, hasta que se fue entrando poco a poco en materia
religiosa, hábilmente introducida por él, pero al cabo de un rato y por no
tener mucho que decir, le pregunté con cierta idea de provocarlo:
- ¿ Cuando les
van a dejar a ustedes que puedan ir sin sotana, como todos los demás hombres? .
Él, con esa mirada suya tan característica, me contestó, suavemente: -
-¿ Y qué tiene de
malo la sotana?. Es como si fuera nuestro uniforme además de ser un símbolo externo
de humildad y dedicación.
Yo no supe qué
contestarle, pero Segis, temible viejo coñon, pícaro y verderón, que
extrañamente llevaba un rato sin intervenir en la conversación mirando al cielo
disimuladamente, se volvió hacia el cura pasándose la colilla de un lado a otro
de los labios y al tiempo que daba con el bastón en el suelo, con voz algo
carrasposa le espetó:
- ¿ Y a
ustedes,
cuando coño les van a permitir que se puedan casar?.
Don Valeriano,
sin censurarle el taco y muy sereno, como si ya esperara la pregunta, le
respondió:
- Ya sabe
usted Segisfredo, que hay una vieja máxima que dice. “El buey solo, bien se
lame”. Por algo será....
Entonces
Segis, apoyándose en el bastón, se puso de pié y mirándole con los ojos casi
cerrados a través de aquellas gafas pequeñinas, remató:
.- - - Pero no me puede negar usted, que es mejor lamerse
el uno al otro.
Después,
volvió la espalda, carraspeó un poco, echó un gargaxu al suelo y se alejó
tranquilamente ayudado por su bastón y juraría que iba echando una risita
burlona, mientras quedaba Don Valeriano más colorado que las amapolas.
La llegada del ALSA, me ayudó a no soltar la
carcajada
Dejo para el final la narración de unas bromas, porque verdaderamente
no me siento muy orgulloso de haber participado en ellas y las llamo diabluras,
porque si bien ocurrieron en otra época, de cualquier manera fueron una falta
de respeto hacia personas que no se lo merecían y que como acciones de
juventud pueden ser comprensibles pero no justificables.
En bastantes
ocasiones habíamos colaborado con chavales de Riberas en travesuras menores,
como tirar avellanas y nueces por la carretera, para que reventaran y saltaran
cuando pasara un coche. Alguna vez, en las romerías metimos esgolancios en la rebeca de las mozas y
en otra ocasión, llegamos a soltar algunos grillos en la iglesia, a la hora del rosario.
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