Consumación
Cuando ,
con una positiva ambigüedad deje acabada AMISTADES CONJUNTIVAS con una
supuesta fecha de Junio del 2000, parece
ser que algunos lectores, entreviendo la posible autenticidad
del relato, deseaban algo mas
concluyente.
Gracias.
Epílogo
de AMISTADES CONJUNTIVAS.
Carlos
Rodriguez-Navia,
CONSUMACION.
4 de Septiembre. 2000
A
pesar del habitual adormecimiento veraniego y la escasa actividad laboral de Madrid, hasta que no paso el mes
de Agosto, Sergio no había podido encontrar el momento propicio para dedicarse
unos días y hacer el apetecido y confirmado viaje a Cuba, que Emilio le había regalado.
Después de haber hecho bastantes viajes cortos en avión por España, ya no se acordaba de los
pesados preludios aduaneros de los viajes trasatlánticos, pero cuando ya estaba
desmadejadamente sentado en la amplia butaca, decidió olvidarse de las dificultades, planos y
proyectos, tratando de vivir y disfrutar sosegadamente de las próximas jornadas
de relax. El viaje en VIPS, le resultó
mucho más cómodo incluso con los sofisticados alimentos y la algo agobiante
atención de las azafatas con las ofertas de bebida y entre los ratos de sueño,
el leer unas revistas y el cambio del horario, se le pasó el tiempo
bastante rápido. El aterrizaje en el aeropuerto José Martí con alguna
turbulencia previa, resultó bien, con el habitual aplauso final y la atropellada salida posterior hacia la gran sala de la aduana, para incorporarse a las diferentes filas que se
formaron para la inspección de aduana y los pasaportes. El ambiente era bastante cálido y además
enseguida quedó aún más contaminado por
el humo que generaron todos los que habían estado más de ocho horas sin fumar.
Entre el creciente murmullo general, destacaban las voces de unos jóvenes españoles que
intercambiaban sus fanfarronas
predicciones de contactos con mulatas.
A la salida había bastante gente estirando el
cuello dando gritos o llevando cartones
con nombres, pero enseguida vio a un joven con camisa blanca pantalón oscuro y
gafas de sol, llevando un discreto cartel del Hotel Nacional. Sergio
se presentó a él, quien a su vez le
dijo su nombre y dándole la bienvenida, le señaló el minibús, pero sin
cogerle el equipaje. Dentro, había seis pasajeros con aspecto eslavo y durante
la más de media hora de viaje por carretera, entre una casi absoluta
oscuridad y el ruidosos aire acondicionado a tope, el joven
guía les fue dando por los
altavoces en inglés y español, algunos datos sobre la ciudad de La Habana, la situación y características del hotel y en sus pausas les introducía una chillona
música salsa, hasta que fueron entrando por una zona de La Habana ya dormida y
no muy iluminada, en contraste con la relumbrante colina en donde estaba
situado el hotel, detrás de un estacionamiento de taxis y autobuses, con zonas ajardinadas y altas palmeras.
El blanco edificio, de unas ocho plantas, con
dos cuerpos salientes y unos torreones, parecía querer tener cierto aire
mediterráneo, ya algo pasado. Un sonriente empleado mulato que estaba en la
puerta le saludo cordialmente, cogió su
equipaje y le fue indicando el camino de la recepción, en donde después
de darle también una expresiva
bienvenida le pidieron el pasaporte, comprobaron su reserva y le fueron
resolviendo rápidamente todos los trámites, entregándole finalmente la tarjeta de la habitación.
En
un ascensor de madera de caoba con
cancelas de hierro, subió hasta la tercera planta y tras pasar
por un largo pasillo de brillante y crujiente madera, el mozo se paró delante
de una habitación e introdujo la tarjeta en una ranura que abrió la puerta y se
encendieron las luces. Dejó el equipaje
en la entrada y le mostró el escritorio,
el televisor, el mueble bar, el aseo, el
aparato regulador del aire acondicionado y el amplio armario, en el que estaba
empotrada una pequeña caja fuerte. El siempre sonriente mozo le deseó un buen
descanso, agradeciendo expresivamente y sin mirarlo, el dinero que Sergio le
entregó.
.
Encontró la habitación muy amplia y una hermosa cama, pero como dominaba un fuerte olor a perfumina desinfectante, lo
primero que hizo fue cerrar el aire acondicionado y abrir la ventana, aspirando
el olor del mar y echando un vistazo a las luces del Malecón, desde donde
venían algunos lejanos rumores rítmicos. Abrió la maleta, sacó solamente el
pijama y la bolsa de aseo y se dio una prolongada ducha. Luego, cogió una
pequeña botella de zumo del mueble bar, leyó un poco de los prospectos del
hotel y se introdujo relajadamente en la
cama.
5 de
Septiembre, 2000
Al
día siguiente, después de un calmoso y abundante desayuno, cambió algo de moneda
y se dedicó tranquilamente a echar un vistazo por la planta baja del hotel en
plan de vulgar cotilleo. El lobby y zona
de recepción tenia los techos altos con
artesonados, gruesos muros con arcos de tipo colonial, zócalos de
azulejos mudéjares y suelo cerámico, además de grandes lámparas de cristal,
maceteros y plantas, sillones de cuero, cuadros, estatuas y algún detalle de
art decó, todo muy limpio, bien conservado y confortable, pero sin hacer una
crítica negativa, le recordó a la decoración de los primeros paradores de turismo españoles.
Había varios restaurantes,
cafeterías y bares de diferente
estilo, dos o tres salones de reuniones
y una sala de fiestas con carteles anunciando espectáculos típicos cubanos. En
prácticamente todos los sitios flotaba el aroma del cigarro habano, pero al
salir al jardín pasando por un amplio
porche, apreció gratamente la
suave brisa con olor de mar y otro mucho
más dulzón, procedente de una cercana
caseta con una trituradora de caña.
Paseando entre la cuidada vegetación, arbustos, palmas, fuentes y
graznidos de los pavos reales, al final y desde lo alto, se le apareció una
hermosa panorámica del Malecón, parte de
la Habana Vieja a la derecha y más a lo
lejos la silueta del catillo del Morro, con
el amplio azul del Mar Caribe dominándolo todo. Poco después se
encontró con unos viejos cañones pertenecientes a la batería de Santa Clara y
una sala de fiestas abierta e
incorporada en la vegetación.
Según
el plan previsto, alternaría los
días de manera que unas veces hacía
escapadas de una jornada a algún
lugar y otras intentaría conocer La Habana con más profundidad, decidiendo en ese
momento empezar por el cercano Malecón, porque le pareció que esa parte
frente al hotel, estaba mejor conservada aunque no había casi nadie y solamente
pasaban veloces coches y guaguas. El sol
calentaba bastante, pero el caminar junto al mar prácticamente solo, viendo al
el Faro del Morro, notando la brisa y el
olor de las rocas, le reconfortó el
ánimo y siguió con paso lento hasta que
llegó a una gran plaza abierta al mar, con el gran monumento al que
fue líder de la Primera Guerra de la
Independencia de Cuba Antonio Maceo. El
conjunto, en piedra y bronce, tenía la clásica composición y volumetría
del siglo XIX con unas alegorías en la base simbolizando la justicia, la ley, la acción y el
pensamiento, con cuatro representaciones de batallas en el fuste, culminando
con una estatua de este héroe militar,
sobre un caballo en corbeta.
Le hubiera gustado ver todo un poco más
despacio, pero en esa explanada, el sol
caía a plomo y la ausencia de
sombra y el calor que salía del
pavimento de piedra le limitaba su permanencia, por lo que se dirigió hacia la sombra de unas casas que
estaban cerca de un gran edificio de bastante altura con aires rusos y al mirar
en el plano comprobó que era un importante hospital, al tiempo que al darse
cuenta de en donde estaba, se le ocurrió que sería bueno seguir su ruta turística por Habana Vieja.
Una pareja joven con un niño le
indicaron una parada en la esquina de la Calle San Lázaro, en la que podía
coger una guagua que pasa por La Plaza de Armas. Estuvo esperando unos
acalorados e interminables quince minutos, hasta que finalmente llegó un ómnibus sin demasiados
viajeros, pero sin funcionar el aire acondicionado ya que aun con todas las
ventanillas abiertas, hacia bastante calor y dominaba un fuerte tufillo humano
sobre las distintas perfuminas y chicles de menta. Tuvo que ir bien agarrado,
porque las arrancadas y frenazos eran bastante bruscos pero todos los demás
parecían estar acostumbrados e incluso movían levemente el cuerpo siguiendo el
compás de la música ambiental, hasta cuando se oían los chirridos de los frenos. Afortunadamente el recorrido duró poco..
Minutos después estaba
junto a los viejos y frondosos
árboles, la parte porticada, el monumento a Céspedes y el castillo de la
Real Fuerza, que poco a poco le produciendo más emoción cuando ya fue pasando
entre los puestecillos en
los que podía aspirar al familiar olor
de los libros, mientras charlaba y comentaba con algunos libreros que casi todos le advertían que no estaba permitido sacar del país las
obras editadas por el gobierno revolucionario, aunque más de uno añadía sin
reparo, que nunca tuvieron un gran
interés… pero ahora mucho menos.
Adquirió un par de libros y unas postales antiguas y después ya entró en el Palacio de los Capitanes
Generales, el gran edificio barroco
donde antiguamente residían los
gobernadores y que en la actualidad es el Museo de la Ciudad, con
numerosas salas en las que pudo enterar algo más de la historia de Cuba. Al
salir y en un encuentro de dos o tres
calles vio unos viejos cañones medio enterrados, puestos así para impedir el paso de vehículos y que le pareció
un genial destino de las armas. Después entró por Empedrado, pasando por delante de
La Bodeguita del Medio, que ya tenía bastantes turistas esperando y luego pasó
por una pequeña placita dedicada a Cervantes, en donde había unos cuantos
jóvenes conductores de bicicletas con un carrito, hablando de
béisbol muy alto y agitando muchos las manos. Cuando llegó a la esquina con
Avenida de Bélgica, llegaba un clásico school-bus de color amarillo del que se
bajaron unos niños muy disciplinados, todos ellos con uniformes de distintos
colores. Un par de manzanas más arriba entró en el Museo de Bellas Artes, con
una buena exposición de dibujos, pinturas y esculturas, pasando después al famoso Museo de la
Revolución, recorriendo detenidamente
todas sus salas, concluyendo con el Memorial Granma, con diverso material
militar, carros de combate, el yate Granma, unos cazas rusos y las
controvertidas rampas de lanzamiento de misiles.
Al
salir ya sintió bastante apetito, pero
con suerte y muy cerca encontró un tranquilo establecimiento en donde comió un
bocadillo de pan con lechón tostado y dos cafés, siguiendo después merodeando
otra vez por las calles
O´Reilly, Mercaderes, Empedrado, Obrapía entrando en todas las galerías
que encontraba a su paso y en las que abundaba
un pseudo estilo de pintura figurativa africana, pero también encontró estilos y técnicas más actuales de gran
valor. En la también estrecha y larga calle Obispo, había demasiada animación y
ruido y solo se entretuvo mirando los numerosos tipos de comercio que había,
sobre todo una farmacia que tenía un hermoso mostrador, baldas y armarios de caoba con los antiguos tarros cerámicos de
medicinas y también se encontró con una antigua óptica muy bien conservada.
Numerosos vendedores de todo tipo, reclamaban insistentemente la atención de
los paseantes, pero le produjo cierta emoción cuando vio en una esquina a un
viejecito, que con una casi inaudible voz, ofrecía un cucuruchito de maní, a cambio de unas monedas.
No era muy amigo de los mercadillos para turistas, puesto que también en España veía que ese tipo de
artesanía no era muy original, ni representativa del buen gusto ni del país
mismo, pero en un chaflán entre dos calles, paso por delante de un local de
buen tamaño y del que salía un agradable olor a madera encerada. Entró a
rastrear un poco entre estantes y perchas, muebles, varias tallas en madera
y figuras cerámicas, percibiéndose un
gusto más selectivo y diferente y entre una serie de blusas y camisas, le llamo
especialmente la atención un pañuelo de
delicados colores y uno sencillos trazos japoneses. Cuando Sergio le preguntó
el precio al joven dependiente, éste con un fuerte acento cubano bastante
afeminado, al tiempo que le alababa su buen gusto le pidió inicialmente un
precio algo elevado, pero al oír su
comentario y darse cuenta de que era español, después de un pequeño y
supuesto regateo hizo una sustancial rebaja porque según dijo, ese local había
sido una bodega de gallegos a principio
del siglo XX, por lo cual finalmente Sergio lo compró pensando que aunque
no era un producto de la isla, podría ser un regalo para una mujer como María
Teresa, sin más motivación que un simple recuerdo.
Casi nada más salir del establecimiento,
sintió que alguien se enganchaba a su brazo y al mirar, un tanto sorprendido,
vio a una guapa chica de color que le sonrió con gran descaro y le dijo:- Ay amorsito, si tú me llevas al hotel, yo
te voy a hacer gosar más que nadie en tu
vida. Sergio se turbó un poco, pero al tiempo que le iba retirando suavemente
el brazo y mirándola con ternura le respondió: -Perdóname guapa, pero tengo a mi
mujer por aquí cerca. Gracias preciosa.
La muchacha soltó un fuerte ¡Ño!. Hoy amanesí con el moño
virao, pero eres un gallego muy chévere… y se fue rápido en dirección
contraria mirando hacia atrás. Al volver al hotel, estuvo descansando un rato en los cómodos
sillones del jardín, hasta que tomó una frugal cena en la cafetería y se retiró
a la habitación.
6
de Septiembre, 2000.
Aquella
mañana se dispuso a dejar zanjado el tema de Pedro Pablo, aunque antes de quedarse dormido, había sentido una
especie de temor a tener algún tipo de problema con los actuales ocupantes o
con los severos criterios revolucionarios, Salió del hotel y caminó hasta la
llamada Piragua, en donde parece que se
realizan conciertos y bailes populares y luego se acercó a ver el monumento al
Maine. Desde allí mismo paró un taxi y
le indicó que le llevara hasta un parque de la calle 5, esquina con la D, pero sin darle más detalles, teniendo en
cuenta los rumores que había sobre los
supuestos seguimientos que hacían a los
turistas. Con el plano de la ciudad delante fue comprobando la ruta que le llevaba por la toda la calle Línea y
luego torció hasta la también larga calle 5,
pasando junto a una especie de
hipódromo, cruzando una gran avenida con un cercano hotel,
hasta que al llegar a la calle D le dijo al taxista que parase
allí, ya que pensaba darse un paseo por
las aquellas calles tranquilas. Dejó una discreta propina, se bajó del auto y
se quedó en la acera simulando que estaba sacando unos papeles de la bandolera y
aunque no le agradaba entrar en
este tipo de desconfianza, estuvo esperando a perder de vista al taxi.
En
general, esa urbanización de manzanas rectangulares con abundante arbolado, bungalows y mansiones, se
notaba que estaba mejor conservada aunque era muy evidente que debieron haber
tenido tiempos mejores. Siguió por la calle, pasando por bungalows y chalets de buena calidad,
hasta que reconoció la casa por las fotografías que conservaba, aunque bastantes ventanas, persianas y cristales estaban en mal estado. En el jardín y junto a la entrada,
vio a un hombre de color de unos 50
años, más bien delgado, calzado con botas, pantalón azul,
camisa y sombrero, llevando un cubo y unas tijeras de podar y Sergio,
después de darle los buenos días, le preguntó si era el dueño de la casa. El
hombre levantó la vista, se encogió de
hombros y mientras se acercaba, iba contestando lentamente con un fuerte acento
criollo: - Pues aunque yo vivo en esta casa
desde hace más de 20 años,
realmente yo no soy el propietario.- y quitándose de la boca un
cigarro, preguntó: - ¿Qué es lo que
usted desea, caballero?.
-Perdone
que interrumpa su tarea, pero soy un español amigo del antiguo propietario de esta casa y
me gustaría hablar con usted brevemente
para comentarle unas cosas de interés.
Entre
sorprendido y cauto, el hombre dejó los aperos en el suelo, le abrió la
portilla y le invitó a pasar, arguyendo
que estaban a pleno sol y empezaba el
calor habitual. Sergio sintió cierta emoción cuando pisó el
deslucido jardín, intentando imaginárselo cómo lo tendría cuidado la
madre de Pedro Pablo. Siguió al hombre,
que cojeaba ligeramente y tras pasar un
porche y la abierta puerta de entrada,
al acostumbrar los ojos a la media luz, se encontró en un salón con un par de sofás de distinto color, una rústica mecedora de madera, una mesa
baja, un gran televisor bastante antiguo de mucho fondo, un ventilador en el techo
moviendo las aspas lentamente, varios cuadros de colores en las paredes y un
gran calendario con una foto de la playa de Varadero. Por un ventanal con persianillas entraba la gran
luminosidad del exterior y al otro lado
y a la izquierda se veía una sala más
pequeña con una cama a medio hacer, una silla con varias revista encima y una
mulata clara bastante joven,
ligeramente entrada en carnes y con una
bonita y simpática cara, que estaba doblando una sábana y al sentirlos entrar
se volvió hacia ellos con mirada de extrañeza.
Sergio,
después de saludarla con un gesto siguió al
hombre que después de darle un par de chupadas al puro y dejarlo en un
cenicero, le invitó a sentarse mientras él se acomodaba en la mecedora y la
mujer se quedaba de pie a su lado.
- Caballero, permítame que me presente: Baldomero Capote,
ciudadano de la república de Cuba,
maquinista ferroviario prematuramente jubilado por causa de un serio accidente
y esta es mi compañera Regla. Aquí nos
tiene, si está de nuestra mano.
- Mucho gusto señores y muchas gracias por atenderme, pero
voy a ser muy breve. Me llamo
Sergio Armal y soy un español recién
llegado, amigo de Pedro Pablo Guzmán Valdés, un cubano que vivió muchos años en
esta casa con su familia y llevaba los temas comerciales de una bodega de la
Calle O’Reilly hasta que el gobierno le decomisó el negocio. A causa de los
continuos temores de su madre, en el año 1963
se marcharon a España quedándose
allí definitivamente y aunque nunca
perdió la esperanza de regresar a
esta tierra, después de la larga
enfermedad y muerte de ella, no llegó de
ningún modo a asumir su pérdida, cayendo
en frecuentes depresiones, sin querer relacionarse con casi nadie y ni tan
siquiera alimentarse de una manera adecuada. Una tarde que estábamos dando
un paseo por la costa, después de estar
un par de minutos callado y mirando
fijamente hacia el oeste, con un tono triste me dijo que se encontraba desmoralizado y enfermizo,
viendo cada vez más improbable el regresar a Cuba y fue entonces cuando me
comunicó que, antes de marcharse para España y a la vista de que ya no
dejaban sacar del país más que cierta cantidad de dinero, él había
enterrado en un lugar concreto de este jardín, un pomo conteniendo algunas cosas de valor y entonces
me pidió que le prometiera, que en el caso de que ya él no llegara a venir, yo
haría con esa información, lo que mejor considerara para Cuba,
Baldomero y regla, escuchaban con una especie de medrosa
atención, como si temieran alguna reclamación, intercambiándose miradas de sorpresa, pero seguían atentos a
Sergio
- Eso
ocurrió más o menos en Agosto de 1989 y hace ya nueve años que falleció, pero por diversas circunstancias, yo no he
podido consumar esa comisión, pero fundamentalmente gracias a la contribución
de un amigo común, he logrado hacer este viaje y quiero comunicarles
rotundamente que no he comentado nunca
nada de esto con autoridad o persona ajena y además les anticipo que aunque les
pueda parecer extraño y difícil de
entender, yo no vengo a reclamar nada de
lo que haya escondido, Lo único que pretendo es darles los datos oportunos para
que ustedes puedan encontrar esos
posibles valores y les resulten provechosos,.
- Nunca hemos sabido nada
de los antiguos propietarios de esta casa, que muy posiblemente antes de la
Revolución, debieron ser gentes bien
colocadas pero desde entonces han pasado
muchas cosas y mucho tiempo… y aunque
hemos hecho algunos cultivos y
plantaciones moviendo las tierras,
le aseguro que nunca hemos
encontrado nada, sin embargo
también es posible que los
anteriores inquilinos hubieran hecho el descubierto y no dijeran más nada, pero de todas formas todo eso
me parece muy complicado y no sabría ni
por dónde empezar.
-Por
lo que sé, no hay que buscarlo al azar en cualquier sitio, puesto que se tomó
la precaución de enterrarlo en un lugar concreto, conforme a unas cifras
que están basadas en su fecha de nacimiento para que no se le olvidaran
nunca,.
-Se lo agradecemos mucho
caballero, pero nosotros no podemos excavar en el terreno
abiertamente si no es para hacer
jardinería o labranza. Aquí hay mucha
vigilancia y seguro que enseguida
vendrían a investigar lo que
estamos haciendo.- comentó Baldomero, bajando la voz en voz, en plan confidencial.
- Estoy
seguro de que lo pueden hacer de una manera discreta, sin llamar la
atención y como si fueran a plantar un nuevo árbol. Aunque no me llegué a fijar
demasiado, al entrar me ha parecido ver
un magnolio en el jardín.
- Casualmente hay dos y separados, pero uno
tendrá como unos 40 o 50 años
y el otro de menos porte, es más joven.
. – Pues es por ese grande por
donde hay que empezar… y sencillamente
no necesita más que una buena brújula,
una cinta de medir y una pala, teniendo
en cuenta los números que le voy a dar.
¿Tiene donde apuntar lo que le voy a decir?.
-Aquí en esta misma mesa tengo lápiz y papel.
Dígame usted que quiere que escriba.
Regla que permanecía callada, se acercó con cierta timidez - Perdón señor Sergio, se
le apetece algo de beber?-
- No, muchas gracias, señora. Mire Baldomero primero apunte la fecha Noviembre de 1943, pero de todo ello solamente hay que tener en cuenta
la N y la E, es decir las letras del principio y final del mes, y
las el año se separan en tres cifras
19 + ,4 + 3. Entonces
con la brújula bien firme se pone de espaldas al magnolio y mide 19
pies justamente hacia donde señala el Norte. Ahí se para y cuando la brújula
este bien fija señalando el Este, miden otros 4 pies… y en ese punto, tiene que
excavar 3 pies… y aunque depende
bastante de la precisión en la
medición, de todas maneras, no puede
haber un gran desvío.
El hombre había apuntado todo cuidadosamente, y ladeando la cabeza de un lado a otro,
comentó pausadamente:
-Por lo que calculo así en principio, eso va a
estar bastante cerca de la vieja yuca
que tiene raíces muy puñeteras, pero de todas maneras contaré para todo ello
con René, que es un joven ingeniero que vive aquí y que además deberá enterarse del tema. -
- De todas maneras, si pierde
estos datos o tiene alguna duda, yo estaré
una semana más en Cuba y me pueden llamar al Hotel Nacional, en donde
suelo estar casi siempre a partir de las 9 de la tarde. Aquí les dejo una tarjeta con mi nombre y el número
de habitación.
-Óigame
señor… yo no sé qué es lo que va a salir de este carajo, pero si
encontramos algo, ¿no tendrá usted interés en quedarse con alguna de esas cosas
que dejó su amigo?.-
-Mire usted Baldomero, esta no
es mi casa ni mi país y creo que lo que Pedro Pablo pueda haber dejado ahí, se
lo habrá ganado aquí y como era un buen
cubano y muy generoso, me parece lógico que todo se quede aquí. Por otra parte,
creo que los españoles ya nos llevamos
bastante de esta tierra.
Siguieron hablando un buen, rato con preguntas
de Baldomero sobre la situación de
España y sus gentes y luego volviendo a
explicar sobre la casa, le aclaró
que desde la instauración de la
Revolución, en Cuba prácticamente no
existe la propiedad privada y el gobierno se incautó de todas las viviendas que
estaban vacías o abandonadas. Mientras
él estuvo trabajando en la Unión de Ferrocarriles de Cuba vivían
en Trinidad, pero después de haberse
accidentado seriamente y sufrir varias
operaciones con su posterior
rehabilitación en el Hospital Hermanos Ameijeiras de La Habana, el gobierno les concedió el
derecho a habitar en esta casa,
compartiéndola con otras dos parejas y pagando una renta asequible. Habían oído
algún comentario de que anteriormente, hacia los años 70, estuvo
toda ella ocupada por un alto funcionario de la policía con una familia
compuesta por suegra, esposa y cinco hijos, pero parece que ser que resultó ser un pendejo
demasiado violento y fue depuesto y
trasladado a Isla de Pinos, pero de
nuestros actuales convecinos respondo de que son buena gente. Uno es
ingeniero y trabaja en la refinería y el más joven maneja una guagua, pero
además ellas dos son maestras y dan
algunas clases particulares y como además aún no tienen hijos, están casi todo
el día fuera de casa pero todos los
domingos colaboran siempre para mantener
la casa lo mejor que podemos e incluso entre los seis tenemos solicitado un carro,
aunque ya yo no pueda manejar a causa de mi jodida cadera.
Sergio volvió a ofrecerle su colaboración y aunque realmente
le hubiera gustado echar un vistazo al resto de la casa, no hizo alusión alguna por no parecer un sabueso fisgón. Cuando salieron al
exterior, con su fuerte claridad, echó
un vistazo más hacia el entorno y se acercó
el magnolio, comentando con
Baldomero lo pletórico que estaba de
grandes flores blancas,
mientras Regla se había ido hacia el
fondo del jardín en donde había una especie de garaje con trastos, cajas, un par de neumáticos y un tendedero de ropa . Casi al momento salió
llevando una pequeña caja de plástico rígido,
se agachó y con su mano, arañó un
poco de tierra de debajo del árbol, la guardó en la cajita y después, con mucha
decisión, se acercó a Sergio y le dio un
par de sonoros besos:
- Perdóneme señor, pero como no tenemos otra manera de agradecerle esta
concesión, espero que esta poquita de tierra le ayude más a recordar algo que
fue de su amigo. Le juro que rezaremos a la Virgencita de la Caridad del Cobre
por él y para que usted goce de buena
salud.
La despedida fue casi sin palabras, con un prolongado apretón de manos y
expresivos movimientos de asentimiento de Baldomero. Sergio salió a la calle,
se volvió para saludarles de nuevo y
continuó caminado en dirección a la 7ª
Avenida, pero cuando se estaba metiendo en un taxi para dirigirse al hotel, se
dio cuenta de que no se había acordado
de hacer unas fotografías de Baldomero y
su mujer, ni de la casa.
Comió en la cafetería del Hotel y después de descansar un poco en el jardín, salió
afuera, cogió otro taxi y pidió que le llevara al oficialmente llamado Castillo de los Tres Reyes del Morro. El taxi
pasó por un túnel bajo el canal de entrada a la bahía y realizó un trayecto bastante
largo, pasando muy cerca del faro, aunque en dirección contraria y cuando
llegó, estaba casi seguro de que aquel taxista le cobró más de lo que tienen
tarifado, pero como no dominaba todavía
el cambio del peso convertible y su equivalencia en pesetas, no quiso discutir.
A pesar de estar muy visto en los folletos turísticos, le pareció muy hermoso
el panorama de la Bahía con el puerto, desarrollándose a la derecha el perfil
de La Habana y a la izquierda la
fortaleza de La Cabaña, con sus connotaciones un tanto trágicas nunca
mencionadas, pero donde se sigue realizando todas las noches la ceremonia del
lanzar una salva de cañón, perpetuando cuando se anunciaba el cierre del puerto con una gran
cadena. Lástima que, a pesar la dulce
brisa marina, también llegaban desagradables ráfagas de la refinería de petróleo.
Quizás por sentir cierto rechazo y
además encontrarse realmente cansado y
sudoroso, no quiso entrar en esa fortificación y cuando logró encontrar un
taxi, aunque el asiento tenía unos
muelles muy duros, se dejó caer desmadejadamente, mientras iba observando
a izquierda y derecha las casas con pórticos o los muros del
Malecón, en donde ya empezaban a llegar los grupos de músicos aficionados con trompetas, maracas, bongós y tumbadoras
y también las primeras parejas a pasear,
lucirse y hacerse arrumacos mientras contemplan el
poniente o a miran envidiosamente hacia el norte.
7
de Septiembre, 2000.
Esa mañana, después de
desayunar más temprano que otros días, decidió coger un taxi para que le
llevara al Paseo del Prado y esta vez, al pasar de nuevo por el Malecón frente
a las zonas de Vedado y Centro Habana, se fue fijando más en los cambios que
había entre las clásicas casas coloniales de dos plantas con porche y columnas
y otra clase de edificios, con alturas, volúmenes, estilos y grados de
conservación bastante discutibles.
Se bajó delante Castillo San Salvador de la
Punta, junto al famoso Hotel Miramar en el inicio del hermoso y ancho Paseo del Prado, eje separador de la Habana Vieja y Centro
Habana, con lo cual que ayuda a descubrir los distintos aspectos de la ciudad,
con las visibles diferencias entre ambos
lados y sus calles adyacentes, a veces con un duro contraste, pero en
donde quizás se concentran los mejores
edificios y monumentos renacentistas y
barrocos de la ciudad. Los Leones del
Prado, el Hotel Inglaterra, El Gran
Teatro, el Parque Central con la estatua de Martí con sus árboles centenarios y bancos de piedra, el blanco Centro Asturiano
y el impresionante Centro Gallego, el grandioso Capitolio con su gran escalinata y un poco más abajo, La Fuente de La India
Habana, imagen escultórica representativa de la ciudad. Detrás del capitolio
está la Puerta de los Dragones, una de las entradas al barrio chino.
Por esa amplia y luminosa avenida, continuamente se ven pasar hacia arriba y
abajo a nerviosos grupos de turistas, también en contraste con la tranquila
manera de andar de los habaneros,
En una extrañamente casi vacía
cafetería comió unos huevos con beicon y
un café y al volver a pasar luego por la
esquina de la Calle Neptuno, se acordó
de una antigua canción picarona llamada la engañadora. Se introdujo por ella
hacia el Este,
serpenteando por las calles Amistad, Concordia o Virtudes, casi todas con mal pavimento, obras no acabadas en los bordillos
de las aceras, regatos de aguas sucias y algunos locales muy poco atractivos, mostrando
pescado o fruta sobre unas bancadas de madera. También se veían muchos cables
colgando de postes y paredes, además de dar la sensación de que por allí no parecían
pasar los turistas, puesto que era una parte de la ciudad que parecía más
abandonada y que no podía ocultar la
realidad de sus casas con grandes desconchones, faltas de pintura, cristales,
ropa tendida, aparatos de aire acondicionado y también gran cantidad de
banderas, fotos y bustos del José Martí.
El ambiente era muy de barrio,
con grupos de comadres, jóvenes discutiendo de béisbol y mayores jugando al
dominó sentados en la acera, encontrando a cada momento gentes blancas, negras o mulatas rubias,
auténtica muestra del mestizaje de
Cuba. Según le dijeron después, Centro
Habana era la zona que tenía la mayor concentración poblacional de toda Cuba y
en donde la escasez de vivienda y el aprovechamiento de espacios eran más
acuciantes. La circulación no era muy
profusa, pasando algunos ciclistas, chicos con
patinetes, pequeñas motocicletas, coches llamativos y bastantes
puestos ambulantes vendiendo
frutas y zumos, pero siempre con el variante y constante fondo musical..
Continuó caminando y su sensibilidad olfativa iba sufriendo
sucesivos castigos, pero siguió serpenteando a ciegas hasta
que en una esquina le llamó la atención
un pequeño local abierto que lucía un curioso cartel en rojo y letras blancas
con solo una palabra YOLOHAGO. Un ciudadano
bastante mayor con un puro en la boca, estaba sentado ante una pequeña mesa con
una lamparita, una gran lupa, un viejo soldador y un casi seguro vaso de
ron. Sergio, al ver que estaba
manipulando algo con un tubo de cartón del papel higiénico, papel de aluminio y
un dosificador de desodorante, pidiéndole previamente perdón, le preguntó qué
es lo que estaba haciendo con ese material tan distinto.
-Esto
que usted ve va a ser un catao, un interruptor de corriente y solo me falta montarlo y soldarle dos trozos de cable conductor. Se calló un
momento y después de mirar a Sergio,
remató con cierta firmeza.: - Acá en Cuba no se bota más nada que la salud,
caballero. – y volviendo el cuerpo hacia el interior, le señaló una especie de
estantes con restos de todo tipo de materiales. Sin preguntarle más y dándole
las gracias, Sergio se despidió con un sentimiento de vergüenza, pensando en todo lo que se ve en
los contenedores españoles y que a este
humilde trabajador, con su sencillo comercio, se le podría considerar como
digno representante de la mal
entendida desobediencia tecnológica.
Llegó
al hotel verdaderamente cansado y
sudoroso, deseando gozar de una larga ducha.
Bajó a la planta baja y entonces se acordó de que había visto una oficina de turismo que informaban de rutas y
visitas y se encargaban de proporcionar las entradas o los billetes. Allí les
explicó que le gustaría ir a Trinidad y
volver en el día, pero le dijeron que el viaje en ferrocarril o en autobús de línea demoraban muchas horas y no le daría tiempo a ver nada,
pero le informaron que otra agencia filial les estaba demandando uno o dos
viajeros para completar un minibús que
iba a hacer una excursión de un día a Pinar del Rio y Viñales, e inmediatamente decidió
formalizar la reserva, en tanto
se solucionaba el tema de Trinidad.
Se fue a la cafetería, se tomó una ensalada a
lo cubano, un vaso de leche, subió a la habitación y media
hora después dormía profundamente.
8 de Septiembre, 2000
Al
día siguiente y puntualmente a las 7 de la mañana, llegaba a la puerta del hotel un minibús, en el que
ya venían de otro hotel dos parejas de mediana edad y una señora mayor que
podría ser la madre de alguno de ellos, que
le miraron con una cara bastante
inexpresiva, dijeron hola y ya no
volvieron a dirigirle la palabra. El conductor, un mulato pequeño de pantalón
oscuro y camisa blanco con pajarita y quien entendió más bien por los gestos,
ya que hablaba muy deprisa con un marcado acento cubano y con la boca de lado como Popeye, le indicó
que podía sentarse en el asiento que suelen utilizar los guías. Era un buen
sitio y se alegró de no tener que escuchar las mismas fantásticas descripciones
que vienen en los folletos turísticos.
Emprendieron el viaje por la A-4, una autopista de tres
carriles en cada sentido y pavimento variable con algunos tramos en mal estado
y un paisaje agradable con muchas
palmeras y cultivos, pero le llamó la atención la falta de indicaciones de
lugares o distancias, aunque abundaban los carteles de carácter revolucionario, con frases de Castro o del
Che En un momento dado se quedó intrigado cuando vio a la derecha un largo muro de contención de un gran embalse
que parecía estar a nivel del suelo pero Sergio, después de hacerle un par de
preguntas al conductor, renunció a mantener una conversación con él puesto que,
además de ser poco inteligible, el fuerte ruido del motor, hacían difícil el
comprenderle bien entenderse y se dedicó
a mirar el paisaje y hacer fotos. La circulación aunque no abundante era muy
variopinta y de vez en cuando se cruzaban con alguna carreta tirada por bueyes,
automóviles antiguos de colores llamativos, bicicletas con tres personas, etc.
y no pasaron por más de dos estaciones
de servicio.
Al
cabo de poco más de una hora y en un
lugar en donde se veían algunos bohíos y ganado vacuno con extrañas cornamentas,
se pararon delante de una especie de
cabaña, en la que se podía tomar café,
algún refresco y comprar
souvernirs. Casi al momento aparecieron tres músicos con guitarras y maracas,
interpretando Guantanema y mientras los
silenciosos compañeros de viaje se bebieron unas cervezas y adquirieron unos
horribles llaveros, Sergio cayó en el hechizo de un olorosa café, viendo cómo
el conductor hablaba en veloz jerga con el camarero y se
bebía un gran vaso con líquido transparente, que esperaba no fuera
ron.
Continúo
la marcha y poco después de doblar hacia
el Norte, conforme se iban acercando a un conjunto montañoso, la
carretera y el paisaje fue cambiando a más
sinuoso y verde, incluso con algún desnivel bastante fuerte y amplios
valles, siendo toda esta zona donde está
la mayor producción de tabaco de toda Cuba. Fueron pasando lentamente por el
Poblado de Viñales, una pequeña comunidad campesina en la que casi todos
vestían la ropa blanca de los guajiro y desde donde ya se fueron viendo más
cercanos los clásicos mogotes cubiertos de vegetación, hasta que llegaron al
Valle de Dos Hermanas, con una aparcamiento con bastantes autocares delante de
un gran mural pintado en la roca, con diversas escenas que
representaban la prehistoria
cubana. Un guía hablando solamente en inglés les acompaño a visitar la Cueva
del Indio, haciendo un relajante recorrido entre cavernas y oquedades con
muchas estalactitas sobre unas aguas transparentes en las que se veía perfectamente
el fondo, aunque lamentablemente, la
barca echaba un apestosos olor a gasolina mal quemada.. Después les pasaron por
los clásicos y repetidos puestos de
recuerdos y postales y finalmente, les sirvieron una típica comida criolla en
una larga mesa con bancos corridos, mientras unos músicos intentaban hacerse
oír sobre el murmullo de los comensales hablando distintas lenguas..
Pinar del Rio,
capital del tabaco, aparte de unos edificios del siglo XVIII, no pareció
tener más interés que el llevarles a visitar
las fábricas de tabaco y ron que Sergio declinó, dedicándose a pasear un
poco y a esperar sentado en un banco frente al estacionado minibús, prestando
atención a los ciudadanos, cuyos andares
le parecieron era aún más lentos y perezosos que el de los habaneros.
El viaje de regreso fue bastante fastidioso y haciéndose
rápidamente de noche sin ver nada. Los cinco viajeros, que resultaron ser holandeses
y se debieron de haber empapado de ron en la factoría de Bacardí, se durmieron
rápidamente incluso alguno soltando esporádicos ronquidos con lo cual, la
pesada música salsa, el conductor moviendo el cuerpo a su compás, el monótono
motor y el perfumado aire acondicionado, fueron llevando a Sergio a un forzoso
ostracismo en el que perdió la noción del tiempo y termino echando una cabezada.
Cuando llegaron al hotel, parecía que
aquellos flamencos seguían sin enterarse
de nada, de modo que no tuvo que hacer ningún tipo de despedida, salvo darle
una poco merecida propina al driver,
quien le manifestó un confuso pero manualmente expresivo agradecimiento.
9 de
Septiembre, 2000
Aquella mañana de domingo,
después de haber desayuno bastante más tarde, estuvo repasando el plano
guía mirando lo mucho que le faltaban
por ver, pero a pesar de estar bastante
acostumbrado a largas caminatas, el calor y la humedad de allí le agotaba antes y tampoco se le
quedaba el ánimo en buena disposición, cuando en algunos lugares o momentos le venían
recuerdos de Bela y de la ilusión que ella había tenido por hacer juntos ese
viaje.
Se quedó relajándose, sentado
en un cómo sillón en el porche del jardín observando a los distintos grupos de
huéspedes, mirando hacia el mar y leyendo uno de los libros que habida
comprado, mientras se tomaba dos vasos de guarapa, que según le dijo el
camarero, si toma guarapo por la madrugá, lo bueno se queda y lo malo se va”,,,
y cuando se dio cuenta, habían pasado más de tres horas. Volvió a subir a la
habitación, dejo el libro y cogió la
bandolera, bajando luego hasta la cafetería
para comer un sencillo plato combinado y café.
Salió a la calle Cero con
intención de caminar en plan tranquilo y viendo los altos edificios cercanos
sin prestarles una especial atención, pero en una esquina reparó en un chico
con su coco-taxi y le vino como una especie de capricho infantil, subiéndose a
él y pidiendo que le llevara hasta la Plaza de la Revolución, pero cuando
habían llegado a la calle Infanta y pasaban al lado de un parque, le dijo que
parase inmediatamente porque se bajaba allí mismo. El muchacho protestó algo,
exponiendo que había esperado un recorrido más largo pero se calló cuando
Sergio, con el estómago estragado por el
apestoso olor que soltaba la Vespa aquella, le dio unos pesos de más.
El parque era un pacífico y tranquilo espacio, dedicado a las
víctimas de las revueltas contra Batista, con unos elementos de hormigón con
los nombres de los fusilados y unos bancos en donde algunas personas charlaban
bajo la sombre de unos frondosos árboles, pero estaba castigado por el ruidoso paso de motocicletas, guaguas y
automóviles tocando fotutos por la ancha calle San Lázaro, por la que subió un
par de manzanas, oyendo cada vez más cerca música con mucho acompañamiento de
tambores y bongós, hasta que encontró la entrada a lo que resultó llamarse el
Callejón de Hamel, una curiosa calleja
de algo más de cien metros de largo, con una heterogénea muestra de murales, grafitis, poemas escritos,
flores, rejas de hierro, esculturas y bañeras, todo con mucho colorido africano
pero abarrotada de todo tipo de gente moviéndose frenéticamente con agitaciones casi epilépticas al ritmo del
parche. Más tarde se enteró de que los domingos era un día especial en ese
callejón, en donde se hacía culto a los Orishas.
Si no fuera por la excesiva algarabía
ambiental y también el parecer como un curioso intruso, le hubiera gustado ver más de aquellos ritos procedentes de un curioso sincretismo entre
el elemental cristianismo de los colonas y el culto a los dioses africanos
llevado por los esclavos, mayormente arrancados de las orillas del Níger.
Decidió retroceder y recorrer algo del Vedado, que en otros tiempos fue considerado como ejemplo de distrito muy bien diseñado, por
sus calles en cuadricula, típicamente americanas, con letras y números, manzanas
o cuadras de 100 metros, con amplitud y
abundancia de arbolado en las aceras y entonces se dio cuenta de que era el mismo
distrito que el de Pedro Pablo. Casi todas las casas y mansiones importantes
tenían algo de jardín y una arquitectura
variable, incluso imitando estilos clásicos, con una clara tendencia burguesa y
caprichosa de tiempos pasados
Estuvo
dando vueltas algo confuso con los números y letras, descubriendo embajadas, oficinas y despachos importantes
de la administración, teatros, con un
comercio algo más selectivo sin que tuvieran más interés para él, pero en una
de las calles se encontró con el Museo Abel Santamaría, que le resultó muy
interesante pues allí mismo fue donde el entonces joven abogado Fidel Castro,
junto con otros compañeros, fraguaron el
asalto al Cuartel Moncada en 1953, que ya hizo vaticinar el final de Batista. Allí también encontró un
fascinante libro, que compró pensando en un destinatario concreto. Poco después
y ya con síntomas de cansancio, en la Calle 23 y al lado de un parque se encontró con la heladería
Copelia, la más famosa de La Habana y aunque había una larga cola para entrar,
un grupo de jóvenes le dijeron que había otra entrada para turistas. Allí
reconoció que los dos grandes helados de
coco y guayaba que consumió eran los más deliciosos que había tomado nunca,
pero se prometió que después solo
cenaría un vaso de leche.
10 de Septiembre, 2000.
Como era el último
día y estaba descartada la posibilidad de otra excursión, decidió ampliar el conocimiento de La Habana sin agotarse con tantas andaduras. Salió por la entrada principal y
cuando encontró el taxi con mejor
aspecto, le preguntó al taxista si podía llevarle por lo más representativo de
la ciudad, para tener un poco más de idea de su variedad y extensión. Ante su
afirmativa respuesta Sergio le dijo su nombre y se sentó delante junto a él,
quien dijo enseguida dijo llamarse Rigoberto Méndez Junior, Rigo
para los amigos y ser hijo de
gallego y cubana.
Empezó haciendo un
recorrido pausado por la Calle Cero, luego dobló por Infanta siguiendo hacia el
Sur hasta la Avenida Salvador Allende, Simón Bolívar y Avenida de Bélgica hasta
que apareció el puerto, mientras le iba explicando algo de la historia, las
cualidades y características de cada zona y la diversidad de sus gentes, En algunas calles era muy deprimente el estado de las casas y el
hacinamiento y deterioro general, aunque también estaban recuperando algunos edificios
singulares, con mucha lentitud debido a la escasez de materiales.
Después de bordear el puerto y ya estaban por Habana Vieja, pasaba algo
del mediodía y Sergio le sugirió que buscara un
establecimiento que no fuera para turistas, pero que sirvieran una típica
comida criolla. Rigo le llevó a un
restaurante muy conocido por los
taxistas, que estaba cerca de la catedral y aunque tardaron bastante en
servirles, se quedaron realmente satisfechos de la calidad y variedad de sus
platos populares. Después, ya cerca de las cuatro de la tarde, Rigoberto se dirigió
hacia el Oeste por el casi inevitable Malecón, pasando por delante del
hotel y fue entrando por Miramar, contando continuamente muchas pequeñas
anécdotas y algún que otro comentario crítico sobre la inconclusa revolución,
esperando poder llegar a tener un cambio como el que hubo en España. Como
cubano, ya se sentía un poco harto de la repetición de consignas y promesas,
pasando el tiempo y produciéndose mejoras muy lentas. La juventud puede
estudiar una buena carrera, pero el encontrar después un puesto de trabajo con
una remuneración decorosa, era muy difícil.
- Mi hijo mayor, está acabando Medicina y para sacarse unos pocos pesos,
forma parte de uno de esos grupos musicales
que se dedican a hacer sopa,
es decir a tocar guarachas y boleros, mientras los turistas comen y beben sin
hacerles mucho caso entre voces y
risas, por eso tampoco es de extrañar
que los jóvenes que no tiene otras habilidades, acaben ejerciendo la
prostitución con los turistas, aun a riesgo de ser juzgados y encarcelados por largo tiempo.-
-Tenía entendido que se había acabado con las llamadas
jineteras.-
-Es prácticamente imposible ya que, aunque no
hay mafias que exploten a grupos colectivos de mujeres, sin embargo hay muchas muchachas estudiantes que se prostituyen
libremente, sobre todo con turistas jóvenes, aunque solo sea para comprarse
ropa o llevar mejor comida su familia. En Varadero, especialmente, hay gran oferta de ese tipo de servicios, algunos
incluso a cambio de poder ducharse con jabón y champú en su hotel, pero sin embargo es
menos conocido que mujeres
turistas de edad ya no muy juvenil, acá
las llamamos pembas, que también vienen ansiosas a este país en busca de
mantener relaciones íntimas con jóvenes mulatos, pingueros incansables practicantes
del sexo y a los que pagan muy bien.-
Mientras
hablaba, fue entrando en la zona más representativa de Miramar, recorriendo
lentamente la 5ª Avenida,
prácticamente paralela a la costa, con calles perpendiculares
de abundantes palmeras y carolinas, por donde se están los grandes hoteles y
residencias, con un ambiente totalmente distinto del resto de La Habana, pues aparte de su tranquilidad y limpieza, tenía
edificios, chalets y moradas de gran calidad,
algunos tal vez de los que fueron abandonadas por sus propietarios
cuando triunfó la Revolución en 1960, pensó Sergio, como involuntariamente tuvo
que hacer Pedro Pablo, motivado por los temerosos augurios de su madre.
Comprensiblemente Rigoberto, quería finalizar el recorrido
con una mejor impresión de La Habana
que, aunque no fuera la más auténtica, era la más vistosa y mejor conservada y
según dijo con cierta ironía, en donde tenían su residencia los diplomáticos,
ingenieros y artistas progresistas. Mirando el reloj, Sergio le indicó que no
quería llegar muy tarde al hotel y solo
le llevó hasta el Marina Hemingway, una
zona especialmente privada y vigilada, con un
puerto deportivo, grandes yates,
restaurantes, locales y hoteles de lujo, casi todo con más que evidentes influencias norteamericanas.
El regreso lo hizo bastante más rápido, pasando por parte de
la misma 5ª Avenida. y tomando después
la Calle Línea, que terminaba justamente
junto al Hotel Nacional y cuando Sergio le pidió el importe, Rigoberto le dijo
una cifra concreta, según la tarifa que tienen establecida, de la que había
descontado su parte de la comida, pero
Sergio no la aceptó y le repitió que eso había sido una invitación por su compañía y la información privada,
comentándole además que un itinerario similar le hubiera costado en Madrid tres o cuatro veces más y sin que hubiera
tenido tan amigable compañía. Se despidieron con un abrazo.
11-12
de Septiembre, 2000
Al día siguiente, llamó a un botones para que
le bajara el equipaje a la consigna
mientras desayunaba algo ligero en la cafetería y cuando después ya
estaba en recepción, la conserje le entregó un pequeño paquete de forma
rectangular que acababa de llegar con un sobre a su nombre y con el número de
habitación. Sin mirarlo, por no perder más tiempo, lo guardó en la bolsa de papel, abonó los
escasos extras del mini-bar y lavandería, recogió su pasaporte y dejo una buena
propina como había hecho con las camareras de piso, siguiendo después al chico hasta el microbús en el que
ya había unos pasajeros procedentes de
otro hotel, pero antes de entra aún
buscó con la mirada el coche de Rigo, sin lograr localizarle.
El microbús salió del
aparcamiento y antes de tomar Línea,
Sergio lanzó una última mirada al
Caribe. Luego siguió por esa calle, dobló a la Avenida Paseo y un poco más adelante torció por la Plaza de
la Revolución, en donde parecía que se estaba preparando un acto público. El resto del camino fue pasando por algunos
barrios, pequeñas poblaciones y algunas
zonas de gran arbolado. Luego, ya en el
aeropuerto vino el transitar entre las aglomeraciones, voces, altavoces y
esperas, hasta que anunciaron la
salida de su vuelo.
Volvió a agradecer mentalmente la previsión y
generosidad de Emilio, al ver a los
viajeros de clase turista entrando en tropel por los estrechos pasillos a
las filas de siete asientos, en
comparación con su amplia y sosegada
zona Vips. Cuando se acomodó en su asiento y la siempre amable azafata
le entregó unas revistas y el menú del
almuerzo, preguntándole si deseaba alguna bebida, de repente y sin saber por qué, se acordó
del paquete de Baldomero pero
esperó a que pasaran las maniobras de
despegue y al cabo de un rato procedió a
abrir el sobre que venía junto con aquel envoltorio de fino papel con
florecillas. Solo contenía una tarjeta postal de La Habana con un escrito de
cuidada letra: Amigo Sergio, cada vez que
se fume uno de estos tabacos acuérdese de estos amigos cubanos. El pomo de
colonia que usted nos regaló, tiene mucha fragancia y habrá para todos. Muchas
gracias y buen viaje. No había firma alguna, quizás para evitar ser identificado.
Sergio sonrió de satisfacción
por la presumible importancia del
hallazgo y al deducir que lo habían buscado y encontrado muy deprisa, pues no
hacía más de cinco días que habían tenido la conversación. Aunque a Baldomero y
sus amigos no se les pasó por la mente no ser fumador, de todas maneras esa
caja, que por lo escrito parecía
ser de puros, ya tenía fijado su destino
y además se quedó más tranquilo al darse cuenta de que cuando había enseñado la
bolsa de los regalos en la aduana y ver una sola caja los agentes, suponiendo
ya su contenido, no pusieron reparo alguno. Se quedó con la postal y volvió a
dejarlo junto a los otros regalos.
A pesar de gozar de las mismas comodidades que
a la ida y de tardar casi una hora menos, el viaje se le hizo algo más largo y
como no le interesaba la programación de
la televisión, apagó la pantalla y después de haber tomado una especie de
merienda cena que le sirvieron, se relajó recordando los sitios más
interesantes que había visitado pero cuando estaba haciendo el cálculo mental
de las veces que había pasado por El Malecón, se quedó profundamente dormido
durante largo tiempo y al despertar estaba totalmente desorientado, sobre
todo por el cambio horario.
En Barajas pudo recuperar bastante pronto el escaso equipaje sin problema alguno y al salir de la aduana, se
encontró con la sorpresa de que le estaban esperando sus dos hijos con sus
respectivas parejas y el nieto, a quien
le pareció encontrar más alto a pesar de haber pasado solo unos días. Alvaro se
adelantó hasta él y después de un largo abrazo, le espetó:
- ¡! Jo abuelo, hueles a
perfumina.¡¡
- ¿Pero será posible que este renacuajo ya tenga mis manías?- le contestó, apretándolo contra
sí fuertemente y después, incorporándose con dificultad, se acercó a los cuatro
y procedió a darles un abrazo, susurrándole a cada uno una palabra cariñosa.
- Os veo muy bien a todos, pero a Paula le
encuentro unos colores que no tenía hace dos semanas.
Jorge miró a su mujer, que se había sonrosado ligeramente y
dirigiéndose a él le dijo con cierta
sorna: - Padre, aún no eres bisabuelo
pero dentro de unos meses vas a ser abuelo bis.
-Caramba que buena noticia y cuanto me alegro de verdad… así
esta de guapa y lozana.- y acercándose a
ella con los ojos humedecidos, le dio otro abrazo viniéndole a la memoria
cuando Bela le dio la noticia de su primer embarazo.
-En realidad ya lo
sabíamos cuando te marchaste, pero
aún faltaba la confirmación de
los análisis y afortunadamente todo va bien, lo que pasa es que ahora, vamos a
tener que ir preparando a este enano para que no se coja un berrinche cuando
tenga que compartir cariño con su pequeño primo.
Recogieron el equipaje y fueron hacia el exterior, comentando algunas anécdotas y
sacando conclusiones jocosas, sobre los daiquirís, los movimientos de
cadera de las mulatas y las noches tropicales.
Sus hijos le dejaron en casa y le produjo
mucha satisfizo notar el olor de su apartamento, pero se encontró con algunos mensajes apremiantes y antes que nada se dedicó a confirmarlos
o despacharlos, deshacer la maleta y
intentar estabilizarse del jet lag.
13 de Septiembre, 2000.
Al
día siguiente estuvo comiendo con sus hijos y después de repartir los pequeños
recuerdos, narrar algunas anécdotas e impresiones y contestar a sus
preguntas, Alvaro, riéndose a
carcajadas le pidió que volviera a imitar la confusa manera de hablar del
conductor de Pinar del Rio.
Regresó
al apartamento, pues si bien apenas llevaba 24 horas en Madrid, ya se estaba
comprometiendo con reuniones y visitas.
Al apuntar unas notas en la agenda, se encontró con el teléfono de María Teresa
y aunque pensó que era una puerilidad, sin darse cuenta estaba marcando el
número, pero cuando ya estaba sonando la señal de llamada, su actitud aun le
pareció más de adolescente y no se le ocurría cómo empezar.
-¿Diga?
-Hola, ¿eres María Teresa?
-No,
soy su hija, ¿Quién pregunta?.
- Ah, encantado, Soy Sergio Armal… Creo que conocí a tu marido hace unos meses- .
-Ah,
sí, sí … Sergio, el de Pravia.
Espera un segundín, por favor.
Hubo una breve espera,
oyéndose unas voces distantes y luego
unas risitas cada vez más cerca hasta
que sonó fuerte la voz de María Teresa.
-Caramba,
que pronta estas de vuelta.
Casualmente acabo de recibir
tu postal desde La Habana.- ¿Qué tal todo?-.¿Estás en Madrid o en
Pravia.?- ¿Te encuentras bien?.- Sergio recordó esa costumbre que tenia de
hacer las preguntas encadenadas.
-Bueno, te iré contestando con un poco de orden. Llegué
anteayer, ya estoy en Madrid. Cuba me
gustó y me sorprendió. La salud se portó
bien pero me cansé bastante más
de lo que esperaba, pues los años, el
clima y el turistear, ya me van pesando y por otro lado….es bastante complejo
hablar sobre su situación y también pasa
que ves las cosas según las quieres
interpretar pero en Cuba, como en casi todos los lugares, puedes encontrarte
con cosas muy decepcionantes y otras muy positivas … aunque allí todo parece progresar muy lentamente-. Siguieron
hablando sobre diversas cuestiones y al final acordaron que cuando volviera por
Asturias, quedarían para salir a comer en algún sitio cercano y seguir
comentando más impresiones del viaje.
A
media tarde, recibió una inesperada llamada de Emilio. - No estaba seguro de
que hubieras vuelto. ¿Qué tal resulto todo?. Espero que me lo cuentes mañana
mismo, si puedes venir, porque me acaba de llamar Ángel para comunicarme que se había
muerto su mujer y que mañana por
la tarde, después de una misa en la
iglesia de Somao, la enterraran en Pravia. Aunque llevaba tiempo que se lo
esperaba, estaba tremendamente afectado y creo que debemos de acompañarle los
amigos que le quedamos. Si quieres me encargo
de conseguirte un billete de avión.-
Sergio hizo un gesto de fastidio por el imprevisto cambio de sus planes,
pero enseguida pensó que habría que apretarlos un poco y que podría hacer otro
parón de un par de días.
-Me
deja la noticia un poco chapado, pero desde luego espero poder ir. No te
preocupes que en estas fechas ya no hay demasiada demanda y seguro que
en mi agencia encuentran un
pasaje. Del viaje, muy bien todo lo que dependió de tu parte y bastante
demoledor en lo que estuvo de la mía, pero en general mereció la pena, aunque estoy muy a gusto de estar aquí.
-Los arquitectos seréis muy buenos haciendo
proyectos de casas, pero no los de los viajes. Ya hablaremos. Hasta
mañana… Ah ,coño ¿ encontraste por fin
el tesoro?.-
-Eso,
también te lo contaré mañana.
Un par de horas más tarde recibió otra
llamada, esta vez de Miguel, que también se había enterado y
asegurando que también estaría allí. Después de los comentarios sobre el
viaje, al final también preguntó sobre
el tema del escondite, pero se quedó sin contestación.
14
de Septiembre, 2000
Por
un inesperado retraso de la salida, el avión aterrizó en el aeropuerto de
Ranón cerca de las dos de la tarde y
aunque tenía tiempo de sobra, no le gustaba hacer las cosas aceleradamente. Cogió
su coche que guardaba en el aparcamiento y en poco más de media hora ya lo había dejado en su garaje
de Pravia, pensando en llamar a Emilio y
Miguel para ponerse de acuerdo en la hora de encontrase, pero al llegar junto a
su casa, los encontró charlando sentados en un banco del parque. Se dieron un
abrazo y Sergio les propuso que entraran en la casa mientras
echaba un vistazo a todo, abría ventanas, se cambiaba de ropa y
dejaba en orden algunas cosas.
– Si queréis tomar algo,
creo que os acordareis de donde está casi todo.-
Miguel
se fue a la cocina y sacó un par de botellines de cerveza, mientras se oía
ruido de puerta y ventanas. Poco después Sergio, cuando empezaba a bajar la escalera lentamente con cosas en
la mano les preguntó:
.-¿
Por fin a qué hora es el entierro ?. Me
gustaría saber cómo andamos de tiempo.
-El
entierro es a las seis, pero muy
posiblemente la familia ya estará
en el tanatorio de Santianes, de modo que
si quieres nos vamos antes.
-Uf,
no me siento con ánimo para estar allí con todo el barullo de murmullos y no soporte el olor de los ambientadores de
tanatorio y de sus flores – comentó mientras llegaba a la planta baja. - Ya estaré en su momento con Ángel y sus hijos el
tiempo que sea y hablaremos con tranquilidad. Vosotros tampoco habéis comido
¿verdad?, pues nos vamos a comer, charlamos un poco de todo
y luego nos iremos tranquilamente. -
termino de hablar, mientras le
daba a Miguel una pequeña bolsa de papel y a Emilio la caja de
Baldomero.
Emilio
sopesó el regalo, comentando. - Esto parece una caja de puros. - y al acabar de desenvolverlo dijo: -¡! Coooño….
una caja de Montecristo del nº 4, cómo los que fuma Bill Clinton ¡¡. Son los
mejores puros del mundo. Gracias chaval, pero nunca se me ocurriría pensar que
tú me regalaras tabaco.-
-Ante
una caja de un pomposo vicio fumable,
sería aún más imperdonable el no acordarme de ti, pero ésta tiene antes una
historia sana, que os contaré.
Miguel abrió la bolsa y sacó una camiseta con
la clásica estampa del Che y la
frase “hasta la victoria siempre” y el libro “De
Sierra Maestra a Escambray”. – Esta joya no me la pongo hasta el próximo día de San Miguel y este
libro, es otra reliquia de las que hace tiempo ando detrás y además es muy importante el que me lo hayas traído de allí.
Muchas gracias Sergio, de verdad.
- Pues mal se van a llevar
San Miguel y tu Che.- le provocó Emilio-
-Te
equivocas hermano, pues según dicen los libros de los beatones, fue un arcángel
quien comandó los ejércitos celestiales… y seguro que de algo podrían hablar si se encuentran,
pero… tú, ten mucho cuidado en donde
vayas a fumar esos puros, que a lo mejor
te acusan de expeler venenosos aromas comunistas.
Era
bastante tarde y estaba casi todo cerrado por ser jueves de mercado, pero en la
Calle Jovellanos estaba abierto un
conocido bar, pidieron varias cosas sueltas de la barra y se sentaron a comer, mientras Sergio les contestaba a las preguntas que le hacían que, como era
de esperar, a Emilio le interesaba saber
si había posibilidad de que aquello
mejorara y Miguel preguntaba por el
progreso social y el estado de ánimo de los cubanos.
_ -
Seria una temeridad que después de estar solo unos días de turista en un país,
diera un veredicto de su situación
actual. En general hay una gran escasez de todo, desde un ladrillo a un
frigorífico, pero se va levantando poco a poco, en parte gracias al turismo, pero ese aparente bloqueo
total es otra de las falacias que circulan por la prensa supuestamente progresista, ya que es bastante
evidente que entre los altos niveles de ciertos países europeos se mueven
muchos intereses y se programan
altos proyectos de renovación futura, con la intervención de las grandes
empresas constructoras, energéticas y de telecomunicación… y se
dice que en esos propósitos, España tiene muchas
posibilidades..
- Y… ¿cómo está el
ambiente entre los jóvenes?-
-Entre los actuales cubanos y
según se oye ahora entre ellos mismos, hay una gran parte de la juventud
desengañada, que ya no les convence las continuas y largas
promesas revolucionarias y quiere poder disponer de Internet, pantalones
vaqueros, rock duro, carros buen y electrodomésticos, pero también hay muchos
ciudadanos conformados, que con tener todos los días un plato de arroz con frijoles y puerco, un poco de ron, tabaco,
algo de música y algo de jodienda, siguen acudiendo a las convocatorias
masivas, esperando nuevas promesas y cambios.
Cuba me llamo la atención más de lo que esperaba, por su variedad de paisaje,
los muchos restos de la época colonial y sobre todo por sus gentes y su sentido de la solidaridad, del aguante y
del aprovechamiento de todo aquello que pueda ser reutilizado o transformado… y
por todos los sitios flota un ambiente musical que sale de las casas, los
establecimientos y los puestos callejeros y creo que solo los brasileiros
superan el ritmo y el colorido musical de Cuba.
- ,
¿Cómo está el tema de la reconstrucción?.
- En todos los sitios en donde estuve encontré muchos edificios de la
época colonial muy bien restaurados y se vé
que se está procediendo a
una lenta recuperación, pero en La
Habana misma hay una gran escasez de viviendas con casas en estado deprimente, insalubre, faltos
de agua, saneamiento y vecindades
apiñadas, aunque no faltan banderas, bustos de José Martí y siempre se oye la
música salsa. Sobre la arquitectura
moderna, particularmente os diré que no
me gustó demasiado, más que nada por su falta de personalidad y una bastante
mala imitación de la norteamericana.
Acabado el picoteo, entraron
brevemente en la casa de Sergio y
minutos después fueron siguiendo a Emilio hasta una calle cercana,
parándose delante de un automóvil de gran
tamaño y aparentemente nuevo.
Sergio y Miguel lo miraron con cara de
extrañeza, pero Emilio, accionando el mando a distancia, empezó a hablar antes
de que hicieran algún comentario.
-Os tengo que contar- dijo con cierta
excitación, mientras abría las puertas y Sergio se sentaba delante y Miguel detrás: - Este coche me lo deja la casa Mercedes mientras reparan
el mío, pero solo es el remate de una mala historia doméstica. Para empezar os contaré que mi mujer y yo estamos ya en trámite de separación y aunque ya sabíais
que hacía tiempo que nuestra convivencia estaba muy deteriorada…todo se jodío
definitivamente cuando solo unos pocos días y
aprovechándose de que yo estaba en Barcelona, la muy zorra cogió las
llaves de mi coche y aunque nadie sabe a dónde fue, parece que a eso de
las doce de la noche se metió por la acera del muro, se cargó una
papelera y un banco y aunque no le paso nada, ya que funcionó el air bag y
extrañamente llevaba el cinturón puesto, un tipo raro que parece ser iba a su
lado y que debía de querer tener las
manos algo libres, se escoñetó contra el salpicadero y se produjo una
rotura de nariz y una rótula y
cuando llegó la policía municipal, entre otras cosas, los dos dieron positivo
en la prueba de alcoholemia. Al regreso del viaje, me entero de que ella había
estado detenida por unas horas y denunciada
por conducción temeraria sin llevar carnet y para colmo, mi seguro no se hace responsable de la reparación del coche al no
ser yo el conductor, ni tampoco del pago
de los desperfectos de mobiliario urbano.
Estaban
pasando ya por delante de la azucarera camino de Agones y se produjo un silencio, que aprovechó
Miguel. – A mí me costó muchos años
el saber beber por las noches y después
conducir con el piloto automático, pero las cosas vienen a veces por causas imprevisibles y casi nadie es muy consciente de cómo nos vamos separando de la situación de los
demás. Yo, aunque a veces me sienta muy satisfecho de mi vida, nunca tuve valor para constituir una familia
y también me refugié demasiado en el trabajo.-
Emilio, ya algo más tranquilo, continuó: -Pasados dos días, sin
darme ni una puñetera explicación le dije que mi abogado estaba tramitando
nuestra separación y entonces me hizo
una variedad de escenas, con lloriqueos, perdones y promesas, sin faltar
los reproches por su soledad y mi dedicación al trabajo, para acabar diciendo
que ya lo estaba esperando hacía mucho tiempo y que me iba a costar mucho
dinero, porque tenía testigos y pruebas de mis infidelidades. Está tan loca que
no la dejarían entrar ni en La
Cadellada, pero tengo que
reconocer que así como en los negocios
soy todo un fenómeno, en formar y mantener una familia de una manera normal,
soy una total calamidad y desde hace ya
mucho tiempo, solo éramos cuatro supuestos adultos, viviendo cada uno su
problema, separadamente.
Mientras ya estaban pasando por Agones, Sergio añadió
un comentario.
-
Como es de suponer que vais a pasar por bastantes momentos difíciles y vergonzosos, me permito opinar que sería deseable que los
dos hicierais un esfuerzo para no
haceros más daño del que suele hacer este tipo de procesos.
Tres minutos después llegaron al cementerio,
cuando ya había entrado el cortejo y al
ir acercándose al lugar del
enterramiento vieron a un pequeño
grupo de personas que estaban ante la fosa, oyéndose algunos velados llantos entre la voz del
sacerdote que pronunciaba palabras en
latín. Después hubo un profundo
silencio, roto por los golpes de la tierra cayendo sobre el ataúd con más sollozos
y lamentos, hasta que se fueron alejando poco a poco para formar el
duelo, con Ángel y sus dos hijos dando maquinalmente la mano y respondiendo a
las manidas frases de pésame y condolencia, con una velada
sonrisa de gratitud.
Terminada la formalidad, casi todos los
asistentes fueron hacia la salida, acompañando a los hijos y haciendo
comentarios en voz baja, pero Ángel se
había quedad solo ante la tumba, quizás siseando una oración, hasta que se
acercaron los tres a darle cada uno un abrazo con suaves palmadas
tranquilizantes, mientras él balbuceaba las gracias una y otra vez,
hasta que se fue serenando y les dijo
con una voz aún algo temblona: - Lo pasó
muy mal, muy mal, aunque no sabía que se iba., pero esto también es muy duro…
-Siento
mucho no poder consolarte Angelín, pues sabes que yo también pase por
lo mismo y realmente es muy duro y
difícilmente se puede superar.
Mientras Miguel y Emilio le
dedicaran también sus palabras, con nuevos abrazos y emociones, Ángel se disculpaba por no haberles presentado a sus hijos y
parientes, esperando que comprendiesen que todos estaban muy cansados, pues la noche
del fallecimiento había sido agotadora y todo lo que vino después, ya fue demoledor.
Se fueron alejando lentamente hacia la salida, con Ángel caminando con
bastante dificultad y ayudándose con su
bastón, mientras Emilio, para contribuir un poco al sosiego, le iba comentando
algo de lo que les había contado Sergio sobre su viaje a Cuba y su interesante
visión, pero en ese momento éste recordó que aún llevaba en su bolsa la cajita
que le dio Regla en su día y decidió introducir una última emoción.
-Angelín,
aprovechando de alguna manera que estamos aquí los cuatro por esta imprevista
situación y como creo que tú sabes dónde está enterrado Pedro Pablo, si te
apetece, me gustaría que nos acompañaras
hasta allí.-
Entre sorprendido y curioso, conociendo
bastante bien la manera de pensar
de Sergio pero sin pensarlo más se agarró
de su brazo y les dirigió hacia una parte que se percibía más antigua, hasta
que les señaló una sencilla sepultura en la que se veían lo restos de unas florecillas aún bastante
frescas. Los cuatro se miraron con
gestos de intriga y entonces Miguel comentó:
-Pues
quizás sea un recuerdín
de aquella chica a la que nunca
llegó a manifestarle su ternura.
Sobre
la oscura lápida de granito, aún destacaban unas letras de bronce.
Carmen Valdes Suarez- 3 Diciembre 1985 Pedro Pablo Guzmán Valdés. 7 Septiembre
1991
D.E .P.
Sin afectación alguna y con un profundo sentimiento de respeto, Sergio
saco la pequeña cajita, la abrió y dejo caer lentamente aquella tierra sobre la
losa y con voz templada, mirando hacia los montes del entorno, dijo:
-
Por lo que aquí vemos, hace muy pocos días que se cumplieron los nueve años de su fallecimiento y casualmente
este pasado 7 de Septiembre, pude cumplir con uno de sus últimos deseos. No
tengo la menor idea de donde puede estar el espíritu de Pedro, pero él está presente en nuestro recuerdo y nos gustaría que se sintiera aún más cerca de
su tierra y de los amigos que quedamos.
-Amen. - dijo Ángel realmente emocionado
y los demás confirmaron su alianza con la cabeza.
Cuando
ya iban saliendo del cementerio, algo meditabundos, Emilio comentó: - Parece que en estos sitios,
nos aflora una mística especial.-
-
Pues cuando estaba en La Habana, me recomendaron que fuera a ver su famoso
cementerio Colón, cosa que lógicamente no hice aun estando cerca, pues creo que
había otros lugares mucho más
vivenciales…y con todos los respetos,
estos ámbitos cuanto más ostentosos y adornados más me suelen parecer el
reducto final de la vanidad humana y además, no me agrada el olor de las flores
secas y podridas.
-
Recoño, tú tienes rebelde hasta el olfato.- dijo Emilio con sorna, mientras
Miguel estuvo a punto de soltar una carcajada.
-
Por eso deje por escrito y bien explicado a los hijos, que cuando llegue
el momento, me hagan un sepelio sin
duelos, flores, velas ni ceremonias, donando el cuerpo a una facultad de medicina.
Ángel, que había permanecido callado desde el
impresionable responso de Sergio, le
preguntó : -Pero vamos a ver y
como remate final de la reservada vida de Pedro Pablo, ¿se puede saber qué coño
había en el dichoso tarro que dejó escondido?.
-Pues
querido Angelín, después de tantas vueltas y revueltas, tengo la casi seguridad
de que ese misterio quedará sin resolverse
y que ya nunca sabremos lo que
Pedro Pablo había guardado bajo tierra, pero a todos los efectos oficiales, solo era un frasco de colonia.
Julio 2018.
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